jueves, 21 de agosto de 2014

Bajo la misma estrella: Capitulo 12


                                                                 CAPITULO 12

 
 
 Me desperté a las cuatro en la mañana holandesa lista para el día. Todo intento de volver a dormir falló, así que me quedé allí con el BiPAP bombeando el aire, disfrutando de los sonidos del dragón, pero deseando poder elegir mis respiraciones. Releí Una Aflicción Imperial hasta que mamá se despertó y se dio la vuelta hacia mí, sobre las seis.... Frotó su cabeza en mi hombro, lo que se sintió incómodo y vagamente agustiniano. El hotel trajo un desayuno a nuestra habitación que, para mi deleite, contaba con fiambre, entre muchos otras negaciones que constituían los desayunos americanos. El vestido que había planeado usar para reunirme con Peter Van Houten se había movido en la rotación por la cena en Oranjee, así que después de ducharme y peine mi cabello medio liso, y me pasé como media hora discutiendo con mi mamá los pros y los contras de los trajes disponibles antes de decidir vestirme lo más parecido a Anna en UAI como fuera posible: Chuck Taylors y vaqueros oscuros como ella siempre llevaba y una camiseta azul claro. La camiseta tenía una serigrafía26 de una obra de arte surrealista famosa de René Magritte en la que dibujó una pipa y luego debajo escribió en cursiva C e c i né st p a s une p ip e . “Esto no es una pipa”. —Simplemente no entiendo esa camiseta —dijo mamá. —Peter Van Houten la entenderá, confía en mí. Hay como siete referencias de Magritte en Una Aflic c ió n Imp e ria l. —Pero es una pipa. 26 Se rig ra fía: Es una técnica de impresión empleada en el método de reproducción de documentos e imágenes sobre cualquier material. —No, no lo es —dije—. Es un dib ujo de una pipa. ¿Entiendes? Todas las representaciones de una cosa son inherentemente abstractas. Es muy inteligente. —¿Cuándo te hiciste tan adulta como para entender las cosas que confunden a tu anciana madre? —preguntó mamá—. Parece que fue sólo ayer cuando le contaba a la Hazel de siete años por qué el cielo era azul. Pensabas que era un genio en aquel entonces. —¿Por qué el cielo e s azul? —pregunté. —Porque —respondió ella. Me eché a reír. A medida que se acercaban las diez, me ponía más y más nerviosa: nerviosa por ver a Augustus; nerviosa por reunirme con Peter Van Houten, nerviosa de que mi atuendo no fuera un buen atuendo; nerviosa de que no fuéramos a encontrar la casa adecuada ya que todas las casas en Ámsterdam parecían bastante similares; nerviosa de que nos perdiéramos y no lográramos volver al Filosoof; nerviosa, nerviosa, nerviosa. Mamá seguía tratando de hablar conmigo pero no podía escucharla realmente. Estaba a punto de pedirle que subiera y se asegurara de que Augustus estaba cuando él llamó a la puerta. Abrí la puerta. Miró mi camiseta y sonrió. —Divertido —dijo —No llames divertidas a mis tetas —le contesté. —¡Oye! —dijo mamá detrás de nosotros. Pero había hecho sonrojar a Augustus y lo puse lo suficientemente fuera de juego como para por fin poder soportar mirarlo a los ojos. —¿Segura de que no quieres venir? —le pregunté a mamá. —Voy a ir al Rijksmuseum y al Vondelpark hoy —dijo—. Además, no entiendo su libro. Sin ánimo de ofender. Dale las gracias a él y a Lidwij de nuestra parte ¿vale? —Está bien —dije. Abracé a mamá y ella me besó en la cabeza, justo encima de mi oreja.
La blanca casa de Peter Van Houten estaba justo dando la vuelta a la esquina desde el hotel, en el Vondelstrat, frente al parque. El número 158. Augustus me tomó del brazo y cogió la carreta de oxígeno con el otro y subimos los tres escalones hacia la puerta lacada de color negro azulado. Mi corazón latía con fuerza. Una puerta cerraba de distancia a las respuestas que había soñado desde que leí por primera vez esa última página inacabada. En el interior, pude escuchar un bajo sonando lo suficientemente fuerte como para sacudir las ventanas. Me pregunté si Peter Van Houten tenía un hijo al que le gustaba la música rap. Cogí la aldaba de cabeza de león de la puerta y llamé tímidamente. El sonido continuó. —¿Tal vez no puede escuchar por encima de la música? —preguntó Augustus. Cogió la cabeza de león y golpeó mucho más fuerte. La música desapareció, reemplazada por unos pasos que descendían. Un cerrojo se deslizó. Otro. La puerta se abrió. Un hombre barrigudo con el pelo fino, papada hundida y barba de una semana, entrecerró los ojos a la luz del sol. Llevaba un pijama azul celeste de hombre, del estilo de las películas antiguas. Su rostro y el vientre eran muy redondos y sus brazos tan flacos, que parecía una bola de masa con cuatro palos clavados en ella. —¿Señor Van Houten? —preguntó Augustus, con voz un poco chirriante. La puerta se cerró de golpe. Detrás de ella, escuché un balbuceo, una voz aguda chillar. —¡LEEE DUH VIGH! —Hasta entonces, yo había pronunciado el nombre de su ayudante, como lid-uh-widge. Podíamos oír todo a través de la puerta. —¿Están aquí, Peter? —preguntó una mujer. —Lo están, Lidewij, hay dos apariciones de adolescentes al otro lado de la puerta.
—Apariciones —preguntó ella con un agradable acento holandés. Van Houten respondió apurado. —Espectros fantasmas vampiros apariciones, Lidewij. ¿Cómo se puede obtener un título de postgrado en literatura americana mostrando tales abominables habilidades en lengua inglesa? —Peter, no son apariciones. Son Augustus y Hazel, los jóvenes aficionados con los que he estado comunicándome. —Ellos son, ¿qué? Ellos, ¡yo pensaba que eran de Estados Unidos! —Sí, pero los invitamos a venir, recordarás. —¿Sabes por qué me fui de América, Lidewij? Para no tener que encontrarme nunca más con estadounidenses. —Pero tú eres americano. —Algo incurable, así es. Pero en cuanto a e so s americanos, debes decirles que se vayan, que se ha producido un error, que el bendito Van Houten hizo una oferta retórica para reunirse, no una real, que tales ofertas deben ser leídas de manera simbólica. Pensé que tal vez vomitaría. Miré a Augustus, que estaba mirando fijamente a la puerta y vi sus hombros aflojarse. —No voy a hacer eso, Peter —respondió Lidewij—. De b e s reunirte con ellos. Tienes que hacerlo. Es necesario que los veas. Tienes que verlo como tu asunto de trabajo. —Lidewij, ¿me has engañado deliberadamente para arreglar esto? Siguió un largo silencio y finalmente la puerta se abrió de nuevo. Él volvió la cabeza mecánicamente de Augustus a mí, todavía entrecerrando los ojos. —¿Quién de vosotros es Augustus Waters? —preguntó. Augustus levantó la mano tímidamente. Van Houten asintió con la cabeza y dijo—: ¿Ya has cerrado el trato con esa chica?
Con lo cual me encontré por primera vez y sólo una vez verdaderamente sin palabras a Augustus Waters. —Yo —empezó—, um, yo, Hazel, um. Bueno. —Este muchacho parece tener algún tipo de retraso en el desarrollo —dijo Peter Van Houten a Lidewij. —Pe te r —le regañó. —Bueno —dijo Peter Van Houten, extendiendo una mano hacia mí—. Es, en todo caso un placer conocer a estas criaturas ontológicamente improbables—. Sacudí su hinchada mano y luego estrechó la de Augustus. Me preguntaba que significaba ontológicamente. De todos modos, me gustaba. Augustus y yo estábamos juntos en el Club de Criaturas Improbables: nosotros y los ornitorrincos pico de pato. Por supuesto, yo tenía la esperanza de que Peter Van Houten estuviera cuerdo, pero el mundo no es una fábrica que concede deseos. Lo importante era que la puerta estaba abierta y yo estaba cruzando el umbral para saber lo que sucedía después del final de Una Aflic c ió n Imp e ria l. Eso era suficiente. Lo seguimos a él y a Lidewij al interior, más allá de una mesa de roble enorme de comedor con sólo dos sillas, en una sala de estar espeluznantemente estéril. Parecía un museo, a excepción de que no había arte en las blancas paredes vacías. A parte de un sofá y un diván, ambas una mezcla de acero y cuero negro, la habitación parecía vacía. Entonces vi dos grandes bolsas negras de basura, llenas y atadas detrás del sofá. —¿Basura? —le murmuré a Augustus lo suficientemente bajo como para que nadie más lo oyera. —Cartas de fanáticos —respondió Van Houten mientras se sentaba en el diván—. Desde hace dieciocho años. No pueden abrirse. Aterradoras. Las tuyas son las primeras misivas a las que he contestado y mira que he conseguido. Francamente, encontrar la realidad de los lectores muy poco apetecible. Eso explica por qué nunca había respondido a mis cartas: Nunca las había leído. Me preguntaba por qué las conservaba y sobretodo en una formalmente vacía sala de estar. Van Houten golpeó los pies en la otomana y los cruzó. Hizo un gesto hacia el sofá. Augustus y yo nos sentamos uno junto al otro, pero no d e m a sia d o juntos. —¿Les apetece algo para desayunar? —preguntó Lidewij. Empecé a decir que ya había comido cuando Peter la interrumpió—. Es demasiado temprano para desayunar, Lidewij. —Bueno, ellos son de América, Peter, por lo que es mediodía en sus cuerpos. —Entonces ya es demasiado tarde para el desayuno —dijo—. Sin embargo, si es mediodía en el cuerpo y todo eso, hay que disfrutar de un coctel. ¿Bebes whisky? —me preguntó. —Yo… um, no, estoy bien —dije. —¿Augustus Waters? —preguntó Van Houten señalando a Gus. —Uh, estoy bien. —Igual que yo, entonces, Lidewij. Whisky y agua, por favor —Peter dirigió su atención a Gus preguntando—: ¿Sabes cómo hacemos whisky con agua en esta casa? —No señor —dijo Gus. —Vertemos whisky en un vaso, después llevamos a la mente el pensamiento del agua y luego mezclamos el whisky real con la idea abstracta del agua. Lidewij dijo—: Tal vez algo de desayuno en primer lugar, Peter. Él miró hacia nosotros y susurró—: Ella piensa que tengo un problema con la bebida. —Y yo creo que ha salido el sol —respondió Lidewij. Sin embargo se volvió hacia la barra en la sala de estar, extendió la mano para coger una botella de whisky y sirvió un vaso medio lleno. Se lo llevó. Peter Van Houten dio un sorbo, luego se irguió en la silla.
—Una bebida tan buena merece la mejor postura de uno —dijo. Fui consciente de mi propia postura y me incorporé en el sofá. Reorganicé mi cánula. Papá siempre me dice que se puede juzgar a la gente por la forma en que tratan a los camareros y ayudantes. Según esa medida, Peter Van Houten era posiblemente el más despreciable idiota. —Así que les gusta mi libro —le dijo a Augustus tras un sorbo. —Sí —dije, hablando en nombre de Augustus—. Y sí, nosotros… bueno, Augustus, cumplió su Deseo para que pudiéramos venir aquí, para que pudiera decirnos lo que pasa después del final de Una Aflic c ió n Imp e ria l. Van Houten no dijo nada, solo tomó un largo trago de su bebida. Después de un minuto, Augustus dijo—: Su libro es algo que nos unió. —Pero no están juntos —apuntó sin mirarme. —Lo que casi nos juntó —dije. Ahora se volvió hacia mí. —¿Te has vestido como ella a propósito? —¿Anna? —pregunté. El continuó mirándome. —Algo así —dije. Tomó un largo trago y luego hizo una mueca. —No tengo problemas con el alcohol —anunció, con voz innecesariamente alta—. Tengo una relación Churchilliana con el alcohol: puedo bromear, gobernar Inglaterra y hacer lo que quiera hacer. Salvo que no beba. —Miró hacia Lidewij y asintió con la cabeza hacia la copa. Ella la tomó y luego regresó a la barra—. Sólo la ide a del agua, Lidewij —ordenó.—Yah, lo tengo —dijo ella, con acento casi americano.
La segunda copa llegó. La columna de Van Houten se puso tensa de nuevo por el respeto. Se quitó las zapatillas. Tenía los pies muy feos. Para mí estaba arruinando todo este asunto del autor genio. Pero él tenía las respuestas. —Bueno, eh —dije—, en primer lugar, quiero darle las gracias por la cena de anoche y… —¿Nosotros les compramos la cena de anoche? —preguntó Van Houten a Lidewij. —Sí, en Oranjee. —Ah, sí. Bueno, créeme cuando digo que no tienes que agradecérmelo a mí, sino más bien a Lidewij, que tiene un talento excepcional en el campo de gastar mi dinero. —Ha sido un placer —dijo Lidewij. —Bueno, gracias, en todo caso —dijo Augustus. Podía oír la molestia en su voz. —Así que aquí estoy —dijo Van Houten después de un momento—. ¿Cuáles son sus preguntas? —Um —dijo Augustus. —Parecía mucho más inteligente en sus cartas —le dio Van Houten a Lidewij acerca de Augustus—. Tal vez el cáncer se ha establecido una playa en su cerebro. —Peter —dijo Lidewij, debidamente horrorizada. Me quedé horrorizada también, pero había algo agradable en el hecho de que un tipo tan despreciable no nos tratara con deferencia. —Tenemos algunas preguntas, en realidad —dije—. Hablé acerca de eso en mi correo electrónico. No sé si se acuerda. —No me acuerdo. —Su memoria se ve comprometida —dijo Lidewij.
—Si sólo fuera mi memoria la que estuviera comprometida —respondió Van Houten. —Así que, nuestras preguntas —repetí. —Ella usa el nosotros real —dijo Peter a nadie en particular. Otro sorbo. No sabía a qué sabía el whisky, pero si se parecía al champán, no podía imaginar cómo podía beber tanto, tan rápido y tan temprano—. ¿Estás familiarizada con la paradoja de la tortuga de Zeno? —me preguntó. —Tenemos preguntas sobre lo que ocurre con los personajes al final del libro, especialmente de Anna… —Crees erróneamente que necesito escuchar tus preguntas para responderlas. ¿Estás familiarizada con la filosofía Zeno? —Negué con la cabeza—. ¡Ay. Zeno fue un filósofo presocrático que se dice que descubrió cuarenta paradojas dentro de la visión del mundo presentada por Parménides, seguramente conoces a Parménides —dijo, y yo asentí con la cabeza como si conociera a Parménides, pero no lo conocía. —Gracias a Dios —dijo—. Zeno se especializó en la revelación de las inexactitudes y simplificaciones de Parménides, que no es difícil, ya que Parménides estaba espectacularmente equivocado en todas partes y siempre. Parménides es útil precisamente en la misma forma que es importante tener un conocido que recoge de forma fiable cada uno de los caballos perdedores cada vez que te lo llevas al hipódromo. Pero lo más importante de Zeno… espera, me da la sensación de que estas familiarizada con el hip-hop sueco. No podría decir si Peter Van Houten estaba bromeando. Después de un momento, Augustus respondió por mí. —Más bien poco —dijo. —Está bien, pero se supone que conocen el álbum Flä c ke n de Afasi och Filthy. —No lo conocemos —dije hablando por los dos. —Lidewij, pon “Bomfalleralla” de inmediato —Lidewij fue hacia un reproductor de MP3, hizo girar la rueda un poco y después hizo clic en un botón. Una canción de rap retumbó en todos lados. Sonaba como una canción de rap bastante normal, excepto que las palabras estaban en sueco. Una vez se acabó, Peter Van Houten nos miró expectante, sus pequeños ojos tan amplios como podían estar. —¿Sí? —preguntó. —¿Sí? Dije—: Lo siento señor, no hablamos sueco. —Bueno, por supuesto que no. Yo tampoco. ¿Quién diablos habla sueco? Lo importante no es cualquier tontería que las voces están d ic ie nd o , sino lo que las voces están sintie ndo . Seguramente saben que sólo hay dos emociones, el amor y el miedo, y que Afasi och Filthy navega entre ellas con el tipo de facilidad que simplemente no se encuentra en la música hip-hop que no sea sueca. ¿Debo reproducirla de nuevo? —¿Es una broma? —dijo Gus. —¿Perdón? —¿Es esto algún tipo de actuación? —Miró hacia Lidewij y le preguntó—: ¿Es eso? —Me temo que no —respondió Lidewij—. Él no es siempre… esto es inusual… —Oh, cállate Lidewij. Rudolf Otto dijo que si no has tropezado con lo sobrenatural, si no has experimentado un encuentro racional con el myste riun tre m e nd un, entonces su obra no es para ti. Y yo les digo, jóvenes amigos, que si no pueden oír la reacción al miedo de Afasi och Filthy, entonces mi trabajo no es para ustedes. No puedo enfatizar esto lo suficiente: era una canción de rap totalmente normal, salvo que era en sueco. —Um —dije—. Así que sobre Una Aflic c ió n Imp e ria l. La madre de Anna, cuando termina el libro, está a punto de… Van Houten me interrumpió, golpeando su vaso mientras hablaba hasta que Lidewij volvió a llenarlo de nuevo.
—Así que Zeno es famoso por su paradoja de la tortuga. Imaginemos que estás en una carrera con una tortuga. La tortuga tiene una ventaja de diez metros. En el tiempo que te lleva correr diez metros, la tortuga se ha movido tal vez un metro. Y luego en el tiempo que tardas en compensar esa distancia la tortuga va un poco más lejos y así siempre. Tú eres más rápido que la tortuga, pero nunca puedes atraparla, sólo puedes disminuir su ventaja. —Por supuesto, acabas pasando corriendo la tortuga sin considerar los mecanismos involucrados, pero la pregunta de cómo eres capaz de hacer eso resulta ser muy complicada y en realidad nadie la resolvió hasta que Cantor nos mostró que algunos infinitos son mayores que otros infinitos. —Um —dije. —Supongo que eso responde a tu pregunta —dijo con confianza y luego tomó un generoso sorbo de su vaso. —En realidad no —dije—. Nos preguntábamos, después del fin de Una Aflic c ió n Imp e ria l… —Repudio todo lo en esa podrida novela —dijo Van Houten, cortándome. —No —dije. —¿Cómo dices? —No, eso no es aceptable —dije—. Entiendo que la historia termina, porque Anna muere o está demasiado enferma para continuar, pero dijo que nos diría lo que le sucede a todo el mundo, y por eso estamos aquí, y nosotros, yo necesito que me lo diga. Van Houten suspiró. Después de otro trago, dijo—: Muy bien. ¿Qué historia buscan? —La madre de Anna, el Hombre Tulipán Holandés, Sisyphus el hámster es decir… lo que le sucede a todos. Van Houten cerró los ojos e hinchó las mejillas cuando exhaló, luego miró las vigas de madera que cruzaban el techo.
—El hámster —dijo después de un tiempo—. El hámster es adoptado por Christine… —que era una de las amigas de Anna. Eso tenía sentido. Christine y Anna jugaban con Sisyphus en algunas escenas—. Es adoptado por Christine, vive un par de años después de la novela y muere plácidamente mientras duerme. Aho ra estábamos llegando a alguna parte. —Genial —dije—. Estupendo. Bueno, pero que pasa con el Hombre Tulipán Holandés. ¿Es un estafador? ¿Él y la madre de Anna se casan? Van Houten seguía mirando las vigas del techo. Tomó un trago. El vaso estaba casi vacío de nuevo. —Lidewij, no puedo hacerlo. No puedo. No p ue d o —Bajó la mirada hacia mí—. No sucede na da con el Hombre Tulipán Holandés. Él no es un estafador o un timador, él es Dio s. Es una representación metafórica obvia e inequívoca de Dio s y preguntar qué pasa con él es el equivalente a pregunta qué pasa con los ojos desprendidos del Dr. TJ Eckleburg en G a tsb y27. ¿Él y la madre de Anna se casan? Estamos hablando de una novela, queridos niños, no una empresa histórica. —Sí, pero seguro que debe haber pensado en lo que les sucede, me refiero a los personajes, es decir, independientemente de sus significados metafóricos o lo que sea. —Son ficticios —dijo, golpeando el vaso otra vez—. No les sucede nada. —Dijo que nos lo diría —insistí. Me recordé a mí misma ser firme. Necesitaba mantener su atención en mis preguntas. —Tal vez, pero tenía la equivocada impresión de que no serían capaces de hacer un viaje transatlántico. Estaba intentando… ofrecerles un poco de consuelo, supongo, lo cual debería saber lo suficiente antes de intentarlo. Pero para ser sincero, esa idea infantil de que el autor de una novela tiene algo de visión espacial de los personajes de la novela… es ridícula. Esa novela se compone de arañazos de una página, querida. Los personajes que la habitan no tienen vida fuera de las líneas. ¿Qué pasa con ellos? Todos dejan de existir en el momento en el que se termina la novela. —No ―dije. Me levanté del sofá—. No, entiendo eso, pero es imposible no imaginar un futuro para ellos. Usted es la persona mejor calificada para imaginar ese futuro. Algo le sucedió a la madre de Anna. Ella se casó o no. Se trasladó a Holanda con el Hombre Tulipán Holandés o no. Ella tuvo más hijos o no. Necesito saber qué pasa con ella. Van Houten frunció los labios. —Lamento no poder satisfacer tus caprichos infantiles, pero me niego a compadecerte de la manera a la que estás acostumbrada. —No quiero su compasión —le dije. —Al igual que todos los niños enfermos ―respondió fríamente—, dices que no quieres compasión, pero tu existencia depende de ella. —Peter —dijo Lidewij, pero él continuó mientras se recostaba, sus palabras volviéndose de ebrio en su borracha boca. —Los niños enfermos se convierten inevitablemente en detenidos: Estás condenada a vivir tus días como el niño que fuiste en el momento del diagnóstico, el niño que crees que hay vida después de que termine la novela. Y nosotros, como adultos, nos compadecemos de esto, así que pagamos por tus tratamientos, por tu máquina de oxígeno. Te damos comida y agua, aunque es poco probable que vivas lo suficiente… —¡PETER! —gritó Lidewij. —Eres un efecto secundario —continuó Van Houten—, de un proceso de evolución que se preocupa poco por las vidas individuales. Eres un experimento fallido en la mutación. —¡RENUNCIO! —gritó Lidewij. Había lágrimas en sus ojos. Pero yo no estaba enfadada. Él estaba buscando la forma más dolorosa de decir la verdad, pero por supuesto ya sabía la verdad. Había pasado años mirando el techo de mi habitación en la UCI y había encontrado la forma más dañina de imaginar mi propia enfermedad. Di un paso hacia él.
—Escuche, imbécil —dije—, no me va a decir nada de la enfermedad que no sepa ya. Necesito una y sólo una cosa de usted antes de salir de su vida para siempre: ¿Qué PASA CON LA MADRE DE ANNA? Alzó su flácida barbilla vagamente hacia mí y se encogió de hombros. —No puedo decirte lo que le sucede a ella más de lo que puedo decirte lo que pasa con el Narrador de Proust la hermana de Holden Caulfield o Huckleberry Finn después de apagar las luces de los territorios. —¡MENTIRA! ¡Eso es mentira! ¡Sólo dígamelo! ¡Hágalo! —No, y te agradecería que no maldijeras en mi casa. No es propio de una dama. Todavía no estaba enfadada, exactamente, pero estaba muy concentrada en conseguir lo que me había propuesto. Algo dentro de mí se llenó de lágrimas y extendí mi mano golpeando la mano hinchada que sostenía el vaso de whisky. Lo que quedaba del whisky salpicó la vasta extensión de su rostro, el vidrio rebotó en su nariz y luego giró en el aire, aterrizando con un golpe demoledor en el piso de madera antigua. —Lidewij —dijo Van Houten con calma—, tomaré un Martini, por favor. Sólo una pizca de vermut. —He renunciado —dijo Lidewij después de un momento. —No seas ridícula. No sabía qué hacer. Ser amable no había funcionado. Estar siendo mezquina no había funcionado. Necesitaba una respuesta. Había llegado hasta ahí, secuestrando el deseo de Augustus. Necesitaba saberlo. —¿Te has parado a pensar —dijo, ahora arrastrando las palabras—, porque te preocupas tanto por esas tontas preguntas tuyas? —¡LO PROMETIÓ! —grité, oyendo el imponente gemido de Isaac haciéndose eco de la noche de los trofeos rotos. Van Houten no respondió.
Todavía estaba de pie sobre él, esperando a que me dijera algo cuando sentí la mano de Augustus en mi brazo. Él me hizo dirigirme hacia la puerta, y lo seguí mientras Van Houten sermoneaba a Lidewij acerca de la ingratitud de los adolescentes contemporáneos y la muerte de la sociedad educada, y Lidewij, un poco histérica le gritó en respuesta en un rápido alemán. —Tendrán que perdonar a mi antigua asistente —dijo él—. El alemán no es tanto un lenguaje como una dolencia en la garganta. Augustus me sacó de la habitación y a través de la puerta a la mañana de primavera anticipada y al confeti que caía de los olmos. Para mí no existe eso de una huida rápida, pero bajamos las escaleras, von Augustus sosteniendo mi carro, y luego empezamos a caminar hacía el Filosoof por el pavimento de ladrillos entrelazados lleno de baches. Por primera vez desde los columpios, empecé a llorar. —Oye —dijo él, tocando mi muñeca—. Oye. Estás bien. —Asentí y me sequé las lágrimas con el dorso de la mano. —El apesta —Asentí de nuevo. —Te escribiré un epílogo —dijo Gus. Eso me hizo llorar más fuerte—. Lo haré —dijo. —Lo haré. Mejor que cualquier mierda que pudiera escribir ese borracho. Su cerebro es queso suizo. Él ni siquiera recuerda haber escrito el libro. Puedo escribir la historia diez veces mejor de lo que ese tipo puede. Habrá sangre y entrañas y sacrificio. Una Aflic c ió n Imp e ria l mezclado con El p re c io d e l Am a ne c e r. Te encantará. Seguí asintiendo, fingiendo una sonrisa, y luego el me abrazó, sus brazos fuertes apretándome contra su pecho musculoso, y mojé un poco su camiseta pero después me recuperé lo suficiente para hablar. —Usé tu deseo en ese despreciable —dije contra su pecho. —Hazel Grace. No. Estaré de acuerdo contigo en que usaste mi único deseo, pero no lo usaste en él. Lo usaste en nosotros.
Detrás de nosotros, escuché el p lo nk p lo nk de tacones altos corriendo. Me di la vuelta. Era Lidewij, su delineador corriéndose por sus mejillas, horrorizada como era de esperar, persiguiéndonos por el pavimento. —Quizás deberíamos ir a la casa de Ana Frank —dijo Lidewij. —No voy a ningún lugar con ese monstruo —dijo Augustus. —Él no está invitado —dijo Lidewij. Augustus me siguió abrazando, protectoramente, su mano en un lado de mi cara. —No creo que… —el empezó, pero lo interrumpí. —Tenemos que ir —Todavía quería respuestas de Van Houten. Pero eso no era todo lo que quería. Sólo me quedaban dos días en Ámsterdam con Augustus Waters. No dejaría que un viejo triste y amargado los arruinara.
Lidewij conducía un Fiat gris antiguo con un motor que sonaba como una niña de cuatro años entusiasmada. Mientras íbamos a través de las calles de Ámsterdam, ella se disculpó repetida y profusamente. —Lo siento mucho. No hay excusa. Él está muy enfermo —dijo ella—. Pensé que encontrarse con ustedes lo ayudaría, si viera que su trabajo ha transformado vidas reales, pero… lo siento mucho. Esto es muy, muy vergonzoso. Ni Augustus ni yo dijimos nada. Yo estaba en el asiento trasero detrás de él. Metí mi mano entré la pared del auto y su asiento, buscando su mano, pero no pude encontrarla. Lidewij continuó—: He seguido en este trabajo porque creo que él es un genio y la paga es muy buena, pero se ha vuelto un monstruo. —Supongo que se hizo muy rico con ese libro —dije después de un rato. —Oh, no no, él es uno de los Van Houtens —dijo ella—. En el siglo diecisiete, su ancestro descubrió como mezclar cacao en agua. Algunos Van Houtens se fueron a los Estados Unidos hace tiempo, y Peter es uno de ellos, pero se mudó a Holanda después de su novela. Él es una vergüenza para una gran familia.                                                                                El motor chilló. Lidewij cambió la velocidad, a medida que nos acercábamos a un puente sobre un canal. —Son las circunstancias —dijo—. Las circunstancias lo han hecho tan cruel. No es un hombre malvado. Pero hoy, no pensé… cuando él dijo esas cosas terribles, no pude creerlo. Lo siento mucho. Lo siento muchísimo. Tuvimos que aparcar a una... cuadra de la casa de Ana Frank, y luego Lidewij se puso en la fila para conseguir entradas para nosotros, me senté con la espalda contra un pequeño árbol, mirando todas las casas flotantes que estaban amarradas en el canal de Prinsengracht. Augustus estaba parado a mi lado, haciendo rodar mi carro de oxígeno en círculos, sólo mirando las ruedas girar. Quería que él se sentara junto a mí, pero sabía que era difícil para él sentarse, y más aún pararse después. —¿Bien? —preguntó, mirándome. Me encogí de hombros y estiré la mano para alcanzar su pantorrilla. Era su pantorrilla falsa, pero me sostuve de ella. Él me miró. —Quería… —dije. —Lo sé —dijo—. Lo sé. Aparentemente el mundo no es una fábrica cumplidora de deseos. —Eso me hizo sonreír un poco. Lidewij volvió con las entradas, pero sus delgados labios estaban fruncidos con preocupación. —No hay ascensor —dijo—. Lo siento muchísimo. —Está bien —dije. —No, hay muchas escaleras —dijo—. Escaleras empinadas. —Está bien —dije de nuevo. Augustus empezó a decir algo, pero lo interrumpí—. Está bien. Puedo hacerlo. Empezamos en una habitación con un video acerca de judíos en Holanda y la invasión Nazi y la familia Frank. Luego subimos las escaleras y entramos en la casa flotante donde había estado el negocio de Otto Frank. La subida por la escalera fue lenta para mí y Augustus, pero me sentía fuerte.
Pronto estaba mirando la famosa estantería que había escondido a Ana Frank, su familia, y a cuatro otras personas. La estantería estaba parcialmente abierta, y detrás de ella estaba una escalera aún más empinada, con el ancho suficiente para una sola persona. Había visitantes por todos lados, y no quería demorar la procesión, pero Lidewij dijo—: Todos sean pacientes, por favor —y empecé a subir, Lidewij llevando el carro detrás de mí, Gus detrás de ella. Eran catorce escalones. Seguía pensando en la gente que estaba detrás de mí, la mayoría eran adultos hablando en una variedad de idiomas, y sintiéndome avergonzada o lo que sea, sintiéndome como un fantasma que consuela y asusta a la vez, pero finalmente llegué arriba, y luego estuve en una inquietante habitación vacía, apoyada contra una pared, mi cerebro diciéndole a mis pulmones e stá b ie n e stá b ie n c á lme nse e stá b ie n y mis pulmones diciéndole a mi cerebro o h, Dio s, e sta mo s murie ndo a q uí. Ni siquiera vi a Augustus subir, pero él se acercó y se pasó el dorso de la mano por la ceja haciendo un uf y dijo—: Eres una campeona. Después de unos cuantos minutos de apoyarme en la pared, seguí hasta la habitación siguiente, la que Ana había compartido con el dentista Fritz Pfeffer. Era pequeña, sin ningún mueble. Nunca habrías sabido que alguien vivió ahí de no ser porque las imágenes que Ana había pegado en la pared, sacadas de revistas y periódicos, todavía estaban ahí. Otra escalera llevaba a la habitación donde la familia van Pels había vivido, ésta era más empinada que la última y tenía dieciocho escalones, esencialmente una escalera sobrevalorada. Llegué al inicio de ésta y calculé. No podía hacerlo, pero también sabía que la única forma de seguir era subiendo. —Volvamos —dijo Gus detrás de mí. —Estoy bien —respondí quedamente. Es estúpido, pero seguía pensando que se lo d e b ía a ella, a Ana Frank, quiero decir, porque ella estaba muerta y yo no, porque ella se quedó tranquila, mantuvo las persianas cerradas e hizo todo bien y aun así murió, y por eso debía subir y ver el resto del mundo en el que vivió durante esos años antes de que viniera la Gestapo. Empecé a subir los escalones, gateando por ellos, como lo haría un niño, primero lento para poder respirar, pero luego más rápido porque sabía que no podría respirar y quería llegar arriba antes de que todo se acabara. La negrura invadió mi campo visual a medida que me impulsaba hacia arriba, dieciocho escalones, empinados como el infierno. Finalmente llegué al final de la escalera, mayormente ciega y con náuseas, los músculos en mis brazos y piernas gritando por oxígeno. Me desplomé sentada contra una pared, jadeando y tosiendo. Había una vitrina vacía atornillada a la pared encima de mí y miré a través de ella al cielo tratando de no desmayarme. Lidewij se agachó a mi lado, diciendo—: Ya estás arriba, eso es todo —Y asentí. Tuve un vago conocimiento de los adultos que estaban alrededor mirándome con preocupación; de Lidewij hablando quedamente en un lenguaje y luego en otro y luego otro a varios de los visitantes; de Augustus parado por encima de mí, su mano en mi cabeza, acariciando mi cabello de paso. Después de un largo tiempo, Lidewij y Augustus me ayudaron a pararme y vi lo que estaba protegido por la vitrina: marcas de lápiz en el papel tapiz midiendo el crecimiento de los niños de todos los niños en el anexo durante el periodo en el que vivieron ahí, pulgada a pulgada hasta que no crecieron más. Desde ahí, dejamos el área donde vivían los Frank, pero todavía estábamos en el museo: un largo y estrecho pasillo mostraba fotos de los ocho residentes del anexo y describían como, donde y cuando murieron. —El único miembro de toda su familia que sobrevivió la guerra —nos dijo Lidewij, refiriéndose al padre de Ana, Otto. Su voz era baja, como si estuviéramos en una iglesia. —Pero no sobrevivió una guerra, no realmente —dijo Augustus—. Él sobrevivió un genocidio. —Cierto —dijo Lidewij—. No sé cómo podrías seguir, sin tu familia. No lo sé. Mientras leía acerca de los siete que murieron, pensé en Otto Frank dejando de ser padre, quedándose con un diario en vez de con una esposa y dos hijas. Al final del pasillo, un libro gigante, más grande que un diccionario, contenía los nombres de los 103.000 muertos en el holocausto holandés. Sólo 5.000 de los judíos alemanes deportados, un rótulo en la pared lo explicaba, habían sobrevivido. 5.000 Otto Franks. El libro estaba en la página con el nombre de Ana Frank, pero lo que me llamó la atención fue el hecho de que justo debajo de su nombre había cuatro Aron Franks. C ua tro . Cuatro Aron Franks sin museos, sin señales históricas, sin nadie que los llorara. Silenciosamente decidí recordar y rezar por los cuatro Aron Franks durante el tiempo que estuviera por aquí. Tal vez alguna gente necesite creer en un Dios auténtico y omnipotente para rezar, pero yo no. Cuando llegamos al final de la habitación, Gus paró y dijo—:¿Estás bien? —Asentí. Él hizo un gesto hacia la foto de Ana. —Lo peor de todo es que ella casi vivió, ¿sabes? Ella murió semanas antes de la liberación. Lidewij se alejó para ver un video, y yo tomé la mano de Augustus mientras caminábamos hacia la siguiente habitación. Era una habitación con forma de A con algunas cartas que Otto Frank había escrito a la gente durante los meses que duró la búsqueda de sus hijas. En la pared en el medio de la habitación, un video de Otto Frank se reproducía. Él estaba hablando en inglés. —¿Hay algún Nazi que quedé para que pueda cazarlos y hacer justicia? —preguntó Augustus mientras nos inclinábamos sobre las vitrinas leyendo las cartas de Otto y las insoportables respuestas de que no, nadie había visto a sus niñas después de la liberación. —Creo que todos están muertos. Pero no es como si los Nazis tuvieran un monopolio en el mal. —Cierto —dijo él—. Eso es lo que deberíamos hacer Hazel Grace: deberíamos unirnos y ser el dúo de vigilantes discapacitados rugiendo alrededor del mundo, corrigiendo lo equivocado, defendiendo a los débiles, protegiendo a los que están en peligro. Aunque era su sueño y no el mío, lo apoye. Él me apoyaba a mí después de todo. —Nuestra falta de miedo será nuestra arma secreta —dije.
—Las historias de nuestras hazañas sobrevivirán tanto como lo haga la voz humana —dijo. —E incluso después de eso, cuando los robots recuerden lo absurdo del sacrificio y la compasión humanos, ellos nos recordarán. —Ellos se robo-reirán de nuestra locura valiente —dijo—. Pero algo en sus robóticos corazones de hierro anhelará haber vivido y muerto como nosotros lo hicimos: en la misión de los héroes. —Augustus Waters —dije, levantando la mirada hacia él, pensando que no puedes besar a alguien en la casa de Ana Frank, y luego pensando que Ana Frank, después de todo, besó a alguien en la casa de Ana Frank, y que probablemente no hay nada que le gustara más para su casa que ésta se convirtiera en un lugar en donde los jóvenes irreparablemente destrozados se hundieran en el amor. —Debo decir —dijo Otto Frank dijo en el video con su inglés acentuado—, que estaba muy sorprendido por los pensamientos profundos que tenía Ana. Y luego nos estábamos besando. Mi mano se soltó del carro de oxígeno y alcancé su cuello, y él me levantó por la cintura hasta la punta de mis pies. Mientras sus labios separados encontraban los míos, empecé a sentirme sin aliento en una nueva y fascinante manera. El espacio alrededor nuestro se evaporó, y por un raro momento de verdad me gustó mi cuerpo; ésta cosa arruinada por el cáncer que había pasado años arrastrando de repente pareció valer la pena, valer los tubos en el pecho y la línea PICC28 y la traición constante de los tumores en mi cuerpo. —Era una Ana bastante diferente de la que conocía como mi hija. Ella nunca mostró éste tipo de sentimiento interno —continúo Otto Frank. El beso duró para siempre mientras Otto Frank seguía hablando desde detrás de mí. —Y mi conclusión es —dijo—, ya que tenía una muy buena relación con mi hija, que la mayoría de los padres no conocen realmente a sus hijos.
Me di cuenta de que mis ojos estaban cerrados y los abrí. Augustus me estaba mirando fijamente, sus ojos azules más cerca de lo que jamás habían estado, y detrás de él, una multitud de personas en tres filas que formaban una especie de círculo alrededor de nosotros. Ellos estaban enfadados, pensé. Horrorizados. Éstos adolescentes, con sus hormonas, besándose mientras se transmitía un video con la voz destrozada de un antiguo padre. Me alejé de Augustus, y él me dio un beso furtivo en la frente mientras yo miraba hacía mis Chuck Taylors. Y luego empezaron a aplaudir. Toda la gente, todos esos adultos, simplemente empezaron a aplaudir. Y uno de ellos gritó —¡Bravo! —En un acento europeo. Augustus, sonriendo, hizo una reverencia. Riendo hice una reverencia ligera, lo que fue recibido con otra ronda de aplausos. Caminamos escaleras abajo, dejando que todos los adultos fueran primero, y justo antes de que llegáramos al café, donde benditamente un ascensor nos llevó a nivel del suelo y a la tienda de regalos, vimos páginas del diario de Ana, y también de su libro no publicado de citas. El libro de citas estaba en una página de citas de Shakespeare. ¿ Pa ra a q ue l ta n firme q ue no p ue da se r se duc ido ? había escrito ella. Lidewij nos llevó de vuelta al Filosoof. Fuera del hotel, estaba lloviznando y Augustus y yo nos paramos en la acera de ladrillo mojándonos lentamente. Aug ustus: Probablemente necesitas un descanso. Yo : Estoy bien. Aug ustus: Bien —Pausa—. ¿En qué estás pensando? Yo : En ti. Aug ustus: ¿Qué hay conmigo? Yo : No sé qué preferir, / la belleza de las inflexiones/ o la belleza de las insinuaciones, / el mirlo cuando silba/ o el instante después.
Augustus: Dios, eres sexy. Yo : Podríamos ir a tu habitación. Aug ustus: He escuchado ideas peores. Nos apretamos en el pequeño ascensor. Cada superficie, incluyendo el suelo, era un espejo. Tuvimos que jalar la puerta para cerrarla y luego la cosa vieja fue chirriando a medida que subía lentamente al segundo piso. Estaba cansada, sudada, y preocupada de verme y oler asquerosa, pero aun así lo bese en ese ascensor, y luego él se alejó apuntó al espejo y dijo—: Mira, infinitas Hazels. —Algunos infinitos son más grandes que otros infinitos —dije arrastrando las palabras, imitando a Van Houten. —Que completo estúpido —dijo Augustus, y tomó todo ese tiempo y más que llegáramos al segundo piso. Finalmente el ascensor se detuvo con una sacudida, y él abrió la puerta. Cuando estuvo medio abierta, hizo un gesto de dolor y perdió su agarre por un segundo. —¿Estás bien? —pregunté. Después de un segundo, él dijo—: Sí, sí, la puerta está pesada, supongo —Empujó de nuevo y la abrió. Me dejo salir primero, claro, pero entonces yo no sabía en qué dirección caminar por el pasillo, así que me quede parada fuera del ascensor y él se quedó ahí, también, su rostro todavía crispado de dolor, y dije de nuevo—: ¿Estás bien? —Sólo fuera de forma, Hazel Grace. Todo está bien. Estábamos parados ahí en medio del pasillo, y él no me estaba guiando a su habitación o nada, y yo no sabía dónde estaba su habitación, y mientras la situación continuaba en punto muerto, me convencí de que él estaba buscando una manera de no acostarse conmigo, que nunca debí haber sugerido la idea en primer lugar, que eso no era propio de una dama y por eso había disgustado a Augustus, quien estaba parado ahí mirándome sin parpadear, tratando de pensar en una manera de librarse a sí mismo de la situación educadamente. Y luego, después de mucho tiempo, él dijo—: Está sobre mi rodilla y se estrecha un poco y luego es sólo piel. Hay una cicatriz repugnante, pero parece… —¿Qué? —pregunté. —Mi pierna —dijo—. Sólo para que estés preparada en caso de que la veas o lo que… —Oh, termina con eso —dije, y camine los dos pasos que me faltaban para llegar hasta él. Lo besé, fuerte, apretándolo contra la pared, y lo seguí besando mientras él buscaba la llave de la habitación. Nos trepamos a las cama, mi libertad algo restringida por el oxígeno, pero aun así podía ponerme encima de él, sacarle la camiseta y probar el sudor en su piel bajo su clavícula mientras susurraba contra su piel—: Te amo, Augustus Waters —su cuerpo relajándose bajo el mío mientras me oía decirlo. Él alargó la mano para sacarme la camiseta, pero se quedó enredada en el tubo. Me reí. —¿Cómo haces esto todos los días? —preguntó mientras desenredaba mi camiseta de los tubos. Idiotamente, se me ocurrió que mis bragas rosadas no combinaban con mi sujetador púrpura, como si los chicos siquiera se dieran cuenta de esas cosas. Me metí bajo las mantas y me saqué los jeans y calcetines y luego vi la danza del edredón debajo, Augustus se sacó sus jeans primero y luego su pierna. Estábamos acostados de espaldas cerca del otro, todo escondido bajo las mantas, y luego de un segundo alcancé su muslo y deje que mi mano bajara hasta el muñón, la densa piel con cicatrices. Sostuve el muñón por un segundo. Él se estremeció. —¿Duele? —pregunté.
168 —No —dijo él. Se volteó hacia su lado y me besó. —Eres tan sexy —dije, mi mano todavía en su pierna. —Estoy empezando a pensar que tienes un fetiche con los amputados —respondió, aún besándome. Me reí. —Tengo un fetiche con Augustus Waters —expliqué. —No —dijo él. Se volteó hacia su lado y me besó. —Eres tan sexy —dije, mi mano todavía en su pierna. —Estoy empezando a pensar que tienes un fetiche con los amputados —respondió, aún besándome. Me reí. —Tengo un fetiche con Augustus Waters —expliqué. Todo el asunto fue exactamente lo opuesto de lo que pensaba que sería: lento, paciente, ni particularmente doloroso ni particularmente frenético. Había un montón de problemas de anticonceptivos que no tomé particularmente en cuenta. No hubo cabezales rotos. Sin gritos. Honestamente, probablemente fue el tiempo más largo que pasamos juntos sin hablar. Sólo una cosa siguió lo típico: Después, cuando tuve mi cara descansando sobre el pecho de Augustus, escuchando su corazón latir, Augustus dijo—: Hazel Grace literalmente no puedo mantener mis ojos abiertos. —Mal uso de la literalidad —dije. —No —dijo él—. Muy. Cansado. Su cara se alejó de la mía, mi oreja presionada contra su pecho, escuchando sus pulmones entrar en el ritmo del sueño. Después de un rato, me levanté, me vestí, encontré el papel del Hotel Filosoof, y le escribí una carta de amor:
Mi queridísimo Augustus: http://31.media.tumblr.com/5b672a0fb06904b1203f9c3e637b9d93/tumblr_mgmraeu6di1s18io1o1_500.jpg                       
                

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