jueves, 21 de agosto de 2014

Bajo la misma estrella: Capitulo 13



 
CAPITULO 13


A la mañana siguiente, nuestro último día completo en Ámsterdam, Mamá, Augustus y yo caminamos la media cuadra desde el hotel al Vondelpark, dónde encontramos un café en la sombra del museo nacional de cine Holandés. Over lattes29, lo cual, el mesero nos explicó, es lo que los holandeses llaman “café equivocado” porque tiene más leche que café, nos sentamos en l...a transparente sombra de un enorme árbol de castañas y volví a relatar para mi mamá nuestro encuentro con el gran Peter Van Houten. Hicimos la historia divertida. Creo que podemos elegir cómo contar las historias tristes en este mundo, nosotros elegimos la forma divertida: Augustus, se desplomó en la silla del café, pretendiendo ser el Van Houten tímido y tartamudo que no puede ni siquiera pararse de la silla; me paré para interpretarme llena de bravuconería y machismo gritando:
—¡Levántate, anciano gordo y feo!
—¿Lo llamaste feo? —preguntó Augustus.
—Sólo sigue la corriente —le dije.
—No soy feo. Tú eres la fea, chica del tubo en la nariz.
—¡Eres un cobarde! —ladré, y Augustus rompió su personaje para reír. Me senté. Le contamos a mamá sobre la casa de Anna Frank, dejando de lado los besos.
—¿Volvieron a la casa Van Houten después? —preguntó mamá. Augustus ni siquiera me dio tiempo de sonrojarme.
—Nah, nosotros sólo pasamos el rato en la cafetería. Hazel me divirtió con algún esquema de Venn humorístico—Me echo un vistazo. Dios, él era sexi.
—Suena encantador —dijo ella—. Escuchen, voy a dar un paseo. Les daré tiempo a ustedes dos para hablar —le dijo a Gus, un filo en ello—. Luego tal vez podamos ir a dar un paseo en una barca.
—Um, ¿está bien? —dije. Mamá dejó un billete de cinco euros en su plato y luego me besó la parte superior de mi cabeza, susurrando
—Te amo, amo, amo —lo cual eran dos amo más de lo normal. Gus hizo un gesto hacia la sombras de las ramas interceptándose y deshaciéndose en el concreto.
—Hermoso, ¿verdad?
—Si —dije.
—Una metáfora muy buena —murmuró.
—¿Lo es ahora? —pregunté.
—La imagen negativa de las cosas integrándose y luego desintegrándose —dijo él. Delante de nosotros, cientos de personas pasaron, trotando, andando en bicicleta y patinando. Ámsterdam era una ciudad diseñada para el movimiento y la actividad, una ciudad que prefería no viajar en automóvil, y por eso me sentí inevitablemente excluida de ella. Pero Dios, era hermoso, el arroyo forjando un camino alrededor del enorme árbol, una garza parada inmóvil en el borde del agua, buscando un desayuno en medio de los millones de pétalos de los olmos flotando en ella. Pero Augustus no se dio cuenta. Él estaba muy ocupado viendo las sombras moverse.
Finalmente, dijo—: Podría ver esto todo el día, pero deberíamos ir al hotel.
—¿Tenemos tiempo? —pregunté. Sonrió con tristeza.
—Ojalá —dijo él.
—¿Qué sucede? —pregunté. Asintió de nuevo en dirección al hotel.
Caminamos en silencio, Agustus a medio paso frente a mí. Estaba demasiado asustada para preguntarle si tenía razón para estar asustada. Así que ahí está esa cosa llamada la Jerarquía de las necesidades de Maslow. Básicamente, este tipo llamado Abraham Maslow se volvió famoso por su teoría de que ciertas necesidades deben ser cumplidas antes de que incluso puedas tener otros tipos de necesidades. Se parece a esto: Una vez que tus necesidades por comida y agua están satisfechas, te mueves hacia el siguiente grupo de necesidades, seguridad, y luego al siguiente y al siguiente, pero lo importante es que, según Maslow, hasta que tus necesidades fisiológicas estén satisfechas, no puedes preocuparte ni siquiera por la seguridad o las necesidades sociales, por no hablar de la “autorrealización”, que es cuando empiezas, como a hacer arte y pensar en la física cuántica y esas cosas. De acuerdo con Maslow, estaba estancada en el segundo nivel de la pirámide, incapaz de sentirme segura por mi salud y por lo tanto incapaz de alcanzar el amor y el respeto y el arte y cualquier otra cosa, lo que es, por supuesto, una absoluta mierda: La necesidad de hacer arte o contemplar la filosofía no desaparece cuando estás enfermo. Esas necesidades sólo se transfiguran por la enfermedad. La pirámide de Maslow parecía implicar que era menos humana que otras personas, y la mayoría de las personas parecían estar de acuerdo con él. Pero no Augustus. Siempre pensé que él podía amarme porque una vez había estado enfermo. Sólo hasta ahora se me había ocurrido que tal vez todavía lo estaba. Llegamos a mi habitación, la Kierkegaard. Me senté en la cama esperando que me acompañara, pero se agachó en la polvorienta silla de cachemir. Esa silla. ¿Cuán antigua era? ¿Cincuenta años? Sentí la bola en mi garganta endureciéndose mientras lo observaba sacar un cigarro de su paquete y ponerlo entre sus labios. Se recostó hacia atrás y suspiró.
—Justo antes de que entraras en la UCI, comencé a sentir este dolor en mi cadera.
—No —dije. El pánico cayendo y tirando de mí hacia abajo. Asintió.
—Así que me hice una tomografía —Se detuvo. Tiró el cigarrillo fuera de su boca y apretó sus dientes. Gran parte de mi vida había estado dedicada a tratar de no llorar en frente de las personas que amaba, así que supe lo que Augustus estaba haciendo. Aprietas tus dientes. Miras hacia arriba. Te dices a ti mismo que si ellos te ven llorar, los lastimará, y no serás más que Una Tristeza en sus vidas, y no debes convertirte en una mera tristeza, así que no vas a llorar, y te vas a decir todo esto a ti mismo mientras miras hacia el techo, y luego tragas incluso cuando tu garganta no se quiere cerrar y miras a la persona a la que amas y sonríes.

Destelló su sonrisa torcida, entonces dijo—: Me iluminé como un árbol de navidad, Hazel Grace. La pared de mi pecho, mi cadera izquierda, mi hígado, en todas partes. Todas partes.
Esa palabra flotó en el aire por un rato. Ambos sabíamos lo que significaba. Me levanté, arrastrando mi cuerpo y el carrito a través de la alfombra que era más vieja de lo que Augus...tus alguna vez sería, y me arrodillé en la base de la silla y puse mi cabeza en su regazo y lo abracé por la cintura. Estaba acariciando mi cabello.
—Lo siento —dije.
—Siento no habértelo dicho —dijo, su voz calmada—. Tu mamá debe saberlo. La forma en la que me miró. Mi mamá debió simplemente haberle dicho o algo. Debí haberte dicho. Fue estúpido. Egoísta. Por supuesto, sabía por qué no me había dicho nada: la misma razón por la que no había querido que me viera en la UCI. No podía estar enfadada con él ni siquiera por un momento, y sólo ahora que amaba a una granada entendí la locura de intentar salvar a otros de mi propia fragmentación inminente: No podía dejar de amar a Augustus. Y no quería hacerlo.
—No es justo —dije—. Es sólo tan malditamente injusto.
—El mundo —dijo—, no es una fábrica de conceder deseos. Y entonces se rompió, sólo por un momento, su sollozo rugió impotente como un trueno no acompañado por un relámpago, la terrible ferocidad que los principiantes en el campo del sufrimiento podrían confundir con debilidad. Luego me empujó hacia él y, su cara a unos centímetros de la mía, resulto—: Pelearé contra ello. Pelearé por ti. No te preocupes por mí, Hazel Grace. Estoy bien. Voy a encontrar una manera de aguantar y fastidiarte por un largo tiempo.
Yo estaba llorando. Pero incluso entonces él fue fuerte, sosteniéndome con firmeza así que podía ver los vigorosos músculos de sus brazos envolverse a mí alrededor mientras decía—: Lo siento. Estarás bien. Estará bien. Lo prometo —Y sonrió con su sonrisa torcida.
Besó mi frente y entonces sentí su poderoso pecho desinflarse sólo un poco. —Supongo que tuve una ha martia30 después de todo. Después de un rato, lo empujé hacia la cama y nos recostamos juntos mientras me contaba que había empezado la quimioterapia paliativa, pero se las arregló para ir a Ámsterdam, a pesar de que sus padres estaban furiosos. Ellos habían tratado de detenerlo justo hasta esa mañana, cuando lo escuché gritar que su cuerpo le pertenecía a él.
—Podíamos haberlo reprogramado —dije.
—No, no podríamos haberlo hecho —respondió—. De cualquier forma no estaba funcionando. Podía decir que no estaba funcionando, ¿sabes? Asentí.
—Solo es basura, todo el asunto —dije. —Ellos van a intentar algo más cuando llegue a casa. Siempre tienen una idea nueva. —Si —dije, teniendo el mismo alfiletero experimental yo misma.
—Yo como que te estafé al creer que te estabas enamorando de una persona saludable —dijo. Me encogí de hombros.
—Te habría hecho lo mismo a ti.
—No, no lo habrías hecho, pero no todos podemos ser tan asombrosos como tú —Me besó, luego hizo una mueca. —¿Duele? —pregunté.
—No. Sólo —Se quedó mirando al techo por un largo rato antes de decir—, me gusta este mundo. Me gusta beber champaña. Me gusta no fumar. Me gusta el sonido de los holandeses hablando holandés. Y ahora… ni siquiera consigo una batalla. No consigo una pelea.
—Tienes que conseguir combatir el cáncer —dije—. Esa es tú batalla. Y te mantendré luchando —le dije. Odiaba cuando las personas trataban de fortalecerme para prepararme para la batalla, pero se lo hice a él, de todas formas—. Tú… tú… vivirás tu mejor vida ahora —Me odiaba por el cursi sentimentalismo, pero ¿qué más tenía? —Varias guerras —dijo con desdén—. ¿Con quién estoy en guerra? Mi cáncer. ¿Y qué es mi cáncer? Mi cáncer soy yo. Mis tumores están hechos de mí. Están hechos de mí tanto como mi cerebro y mi corazón están hechos de mí. Es una guerra civil, Hazel Grace, con un predeterminado ganador.
—Gus —dije. No pude decir nada más. Él era demasiado inteligente para la clase de consuelo que podía ofrecer.
—Está bien —dijo. Pero no lo estaba. Después de un momento, dijo—: Si vas al Rijksmuseum, lo que realmente me gustaría hacer… pero a quien engañamos, ninguno de los dos puede caminar a través de un museo… pero de cualquier forma, miré la colección virtual antes de irnos. Si vas, y espero que algún día lo hagas, vas a ver un montón de pinturas de gente muerta. Verás a Jesús en la cruz, y verás a un tipo siendo apuñalado en el cuello, y verás a personas muriendo en el mar y en batallas y un desfile de mártires. Pero. Ni. Uno. Sólo. De. Cáncer. Infantil. Nadie muriendo por la plaga o la viruela o la fiebre amarilla o lo que sea, porque no hay gloria en la enfermedad. No hay sentido para ello. No hay honor en morir d e e llo . Abraham Maslow, te presento a Augustus Waters, cuya curiosidad existencial se hace pequeña para aquellos de sus bien alimentados, bien amados, hermanos saludables. Mientras que la mayoría de los hombres continúan llevando las completamente inexaminadas vidas de monstruos consumidores, Augustus Waters examinó la colección del Rijksmuseum desde lejos.
—¿Qué? —preguntó Augustus después de un rato.
—Nada —dije—. Yo sólo…
—No pude terminar la oración, no sabía cómo hacerlo—. Sólo tengo mucho, mucho afecto por ti.
Sonrió con la mitad de su boca, su nariz a centímetros de la mía.
—El sentimiento es mutuo. No espero que puedas olvidarte de ello y tratarme como si no estuviera muriendo. —No creo que estés muriendo —dije—. Sólo creo que acabas de conseguir un toque del cáncer. Sonrió. Humor negro.
—Estoy en una montaña rusa que sólo va hacia arriba —dijo. —Y es mi privilegio y responsabilidad montar todo el camino contigo —dije.
—¿Sería absolutamente ridículo tratar de salir bien librado?
—No hay ningún intento —dije—. Sólo hay que hacerlo.

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