sábado, 6 de septiembre de 2014

Bajo la misma estrella: Capitulo 14



CAPITULO 14



En el vuelo de regreso, a veinte mil pies por encima de las nubes, que estaban a diez mil pies sobre el suelo, Gus dijo:
—Solía pensar que sería divertido vivir en una nube.
—Sí —dije—. Sería como uno de esos brincolines inflables, salvo que para siempre. ...
—Pero luego, en la clase de ciencias de la secundaria, el Sr. Martínez preguntó quién de nosotros había fantaseado alguna vez con vivir en las nubes, y todos levantaron la mano. Entonces, el Sr. Martínez nos dijo que en las nubes el viento soplaba a doscientos cuarenta y un kilómetros por hora y la temperatura era de treinta y cuatro grados centígrados bajo cero y no había oxígeno y que todos moriríamos en cuestión de segundos.
—Parece un buen tipo.
—Hazel Grace, déjame decirte que se especializó en el asesinato de sueños. ¿Creen que los volcanes son impresionantes? Que se lo digan a los diez mil cadáveres gritando en Pompeya. ¿Siguen creyendo secretamente que hay un elemento de magia en este mundo? Todos son simplemente moléculas sin alma que rebotan unas contra otras al azar. ¿Les preocupa quien se hará cargo de ustedes si sus padres mueren? También debería, porque serán comida para gusanos tarde o temprano.
—La ignorancia es felicidad —dije. Una azafata caminaba por el pasillo con un carrito de bebidas, medio susurrando:
—¿Bebidas? ¿Bebidas? ¿Bebidas? ¿Bebidas? —Gus se inclinó hacia mí, levantando la mano—. ¿Podríamos tener un poco de champán, por favor?
—¿Tienen veintiuno? —preguntó dubitativa. Reacomodé vistosamente mi naricera. La azafata sonrió, luego miró a mi madre dormida—. ¿No le importará? —preguntó de mamá.
—No —dije. Así que sirvió champán en dos vasos de plástico. Beneficios del cáncer. Gus y yo brindamos.
—Por ti —dijo.
—Por ti —dije, chocando mi vaso con el suyo. Bebimos. Estrellas más opacas de las que tuvimos en Oranjee, pero todavía lo suficientemente buenas para beber.
—Sabes —me dijo Gus—, todo lo que Van Houten dijo era verdad.
—Tal vez, pero no tenía que ser tan despreciable al respecto. No puedo creer que imaginó un futuro para Sisyphus el Hámster, pero no para la mamá de Anna. Augustus se encogió de hombros. De repente parecía estar en las nubes.
—¿Bien? —pregunté. Negó microscópicamente con la cabeza. —Duele —dijo.
—¿El pecho? Asintió con la cabeza. Con los puños apretados. Más tarde, lo describiría como un hombre gordo con una sola pierna usando un tacón de aguja parado en el centro de su pecho. Devolví mi bandeja a su posición vertical en el respaldo del asiento, la bloqueé y me incliné para sacar las pastillas de su mochila. Se pasó una con champán.
—¿Bien? —le pregunté de nuevo.

Gus se quedó sentado allí, agitando un puño, esperando a que el medicamento surtiera efecto, el medicamento que no mata el dolor tanto como lo distancia de él, y de mí.
—Fue como si hubiera sido personal —dijo Gus en voz baja—. Como si estuviera enojado con nosotros por alguna razón. Me refiero a Van Houten. Se bebió el resto de su champán en una rápida serie de tragos y pronto se quedó dormido. Mi papá nos estaba esperando en la zona de recogida de equipaje, de pie en medio de todos los conductores de limusinas vestidos de traje sosteniendo letreros impresos con los apellidos de sus pasajeros: JOHNSON, BARRINGTON, CARMICHAEL. Papá tenía un letrero propio. MI HERMOSA FAMILIA, decía y luego, debajo de eso, Y GUS. Lo abracé, y comenzó a llorar, por supuesto. Mientras nos dirigíamos a casa, Gus y yo le contamos a papá historias de Ámsterdam, pero no fue hasta que estuve en casa y conectada a Philip viendo la buena televisión estadounidense con papá y comiendo pizza estadounidense en servilletas sobre nuestro regazo que le conté sobre Gus.
—Gus tiene una recaída —dije. —
Lo sé —dijo. Se deslizó hacia mí, y luego agregó—: su madre nos dijo antes del viaje. Lamento que te lo ocultara. Lo... lo siento Hazel —no dije nada por un largo rato. El programa que estábamos viendo trataba de personas que están tratando de elegir qué casa van a comprar—. Así que leí Una Aflicción Imperial mientras no estuvieron —dijo papá. Volví la cabeza hacia él.
—Oh, genial. ¿Qué te pareció?
—Fue bueno. Un poco por encima de mi entendimiento. Recuerda que fui un estudiante de bioquímica no un tipo de literatura. Me gustaría que hubiera terminado.
—Sí —dije—. Una queja común.
—Además, fue un poco desesperanzador —dijo—. Un poco derrotista.
—Si por derrotista te refieres a honesto , entonces, estoy de acuerdo.
—No creo que el derrotismo sea honesto —respondió papá—. Me niego a aceptar eso.
—¿Así que todo sucede por una razón, y todos iremos a vivir en las nubes y tocar arpas y vivir en mansiones? Papá sonrió. Puso un gran brazo a mí alrededor y me atrajo hacia él, besando el lado de mi cabeza.
—No sé lo que creo, Hazel. Pensaba que ser un adulto significaba saber lo que crees, pero esa no ha sido mi experiencia.
—Sí —dije—. Comprendo. Me dijo otra vez que lamentaba lo de Gus, y luego volvimos a ver el programa, la gente escogió una casa, mi papá siguió con su brazo alrededor de mí, yo estaba empezando a conciliar el sueño, pero no quería irme a la cama, entonces papá dijo:
—¿Sabes lo que creo? Recuerdo que en la universidad estaba tomando una clase de matemáticas, una clase de matemáticas realmente grandiosa impartida por una anciana diminuta. Ella estaba hablando de las transformadas rápidas de Fourier y a mitad de frase se detuvo y dijo: “A veces parece que el universo quiere ser observado.” Eso es lo que creo. Creo que el universo quiere ser observado. Creo que el universo está improbablemente predispuesto a favor de la conciencia, que recompensa la inteligencia en parte porque el universo disfruta de su elegancia siendo observada. ¿Y quién soy yo, viviendo en medio de la historia, para decirle al universo qué es, o mi observación de él, temporal?
—Eres muy inteligente —dije después de un rato.
—Tú eres muy buena dando cumplidos —respondió.

A la tarde siguiente, fui en automóvil a la casa de Gus, y comí sándwiches de mantequilla de maní y mermelada con sus padres, les conté historias sobre Ámsterdam, mientras Gus dormía una siesta en el sofá de la sala, donde habíamos visto V de Vendetta. Podía verlo desde la cocina: estaba acostado sobre su espalda, con la cabeza volteada hacia el otro lado, con ya una línea CCIP31. Estaban atacando el cáncer con un nuevo cóctel: dos drogas de quimioterapia y un receptor de proteína que se esperaba que apagara el oncogén en el cáncer de Gus. Me dijeron que tuvo la suerte de ser inscrito en la prueba. Suerte. Conocía una de las drogas. Escuchar el sonido de su nombre me dio ganas de vomitar. Al cabo de un rato, la mamá de Isaac lo trajo.
—Isaac, hola, soy Hazel del grupo de apoyo, no tu ex novia malvada —su madre lo acompañó hacia mí, y me levanté de la silla del comedor y lo abracé, su cuerpo se tomó un momento en encontrarme antes de devolverme el abrazo, con fuerza.
—¿Cómo estuvo Ámsterdam? —preguntó.
—Impresionante —dije.
—Waters —dijo—. ¿Dónde estás, hermano?
—Está durmiendo una siesta —dije, y mi voz se entrecortó. Isaac sacudió la cabeza, todo el mundo en silencio.
—Apesta —dijo Isaac después de un segundo. Su madre lo acompañó a una silla que había sacado. Se sentó.
—Todavía puedo dominar tu trasero ciego en Contrainsurgencia —dijo Augustus, sin volverse hacia nosotros. El medicamento redujo un poco la velocidad de su manera de hablar, pero sólo a la velocidad de la gente común.
—Estoy bastante seguro de que todos los traseros son ciegos —respondió Isaac, extendiendo las manos vagamente en el aire, en busca de su madre.

Ella lo agarró, levantó, y acompañó al sofá, donde Isaac y Gus se abrazaron con torpeza—. ¿Cómo te sientes? —preguntó Isaac.
—Todo sabe a monedas de centavo. Aparte de eso, estoy en una montaña rusa que sólo sube, amigo —respondió Gus. Isaac se rió—. ¿Cómo están los ojos?
—Oh, excelente —dijo—. Quiero decir, que no estén en mi cabeza es el ...único problema.
—Impresionante, sí —dijo Gus—. No es por eclipsarte ni nada, pero mi cuerpo está lleno de cáncer.
—Eso he oído —dijo Isaac, tratando de no dejarlo llegar a él. Buscó a tientas la mano de Gus y sólo encontró su muslo.
—No estoy disponible —dijo Gus. La mamá de Isaac trajo dos sillas del comedor, e Isaac y yo nos sentamos junto a Gus. Tomé la mano de Gus, frotando círculos en el espacio entre su pulgar y dedo índice. Los adultos se dirigieron al sótano para compadecerse o lo que sea, dejándonos a los tres solos en la sala. Después de un rato, Augustus volvió la cabeza hacia nosotros, despabilándose lentamente.
—¿Cómo está Mónica? —preguntó.
—No he sabido nada de ella —dijo Isaac—. Ni cartas, ni correos electrónicos. Tengo una máquina que me lee mis correos electrónicos. Es impresionante. Puedo cambiar el género de la voz o el acento o lo que sea.
—¿Así que puedo enviarte una historia porno y puedes tener a un viejo alemán que te la lea?
—Exactamente —dijo Isaac—. Aunque mamá todavía me tiene que ayudar con eso, así que tal vez posponga al alemán porno por una o dos semanas.
—¿Ni siquiera te ha, como, enviado un mensaje de texto para preguntarte cómo te está yendo? —pregunté. Esto me pareció una injusticia incomprensible.
—Total silencio radiofónico —dijo Isaac.
—Ridículo —dije.
—He dejado de pensar en ello. No tengo tiempo para tener novia. Tengo como un trabajo de tiempo completo Aprendiendo a ser ciego.
Gus volvió la cabeza atrás, lejos de nosotros, mirando a su patio trasero por la ventana. Sus ojos se cerraron. Isaac me preguntó cómo estaba, y le dije que estaba bien, me contó que había una chica nueva en el grupo de apoyo con una voz muy sexy y que necesitaba que fuera para decirle si era realmente sexy. Entonces de la nada Augustus dijo:
—No se puede simplemente no ponerse en contacto con su ex novio después de que le extirparon los ojos de la maldita cabeza.
—Sólo uno… —comenzó Isaac.
—Hazel Grace, ¿tienes cuatro dólares? —preguntó Gus.
—Um —le dije—. ¿Sí?
—Excelente. Encontrarás mi pierna bajo la mesa de café —dijo. Gus se impulsó en posición vertical y se deslizó hasta el borde del sofá. Le entregué la prótesis; se la puso en cámara lenta. Lo ayudé a ponerse de pie y luego le ofrecí el brazo a Isaac, guiándolo por delante de los muebles que de repente parecían intrusivos, dándome cuenta de que, por primera vez en muchos años, era la persona más sana en la habitación. Conduje. Augustus viajó en el asiento del copiloto. Isaac se sentó en la parte de atrás. Nos detuvimos en una tienda de comestibles, donde, por instrucción de Augustus, compré una docena de huevos, mientras él e Isaac esperaban en el automóvil. Y luego Isaac nos guió con su memoria a la casa de Mónica, una casa de dos pisos agresivamente estéril cerca del CJ32. El Pontiac Firebird color verde vivo 1990 de Mónica estaba en la calzada.
—¿Está aquí? —preguntó Isaac cuando me sintió detenerme. —Ah, está aquí —dijo Augustus—. ¿Sabes que parece, Isaac? Parece que fuimos tontos en tener todas las esperanzas que tuvimos.
—¿Así que ella está adentro?
Gus giró la cabeza lentamente para mirar a Isaac.
—¿A quién le importa dónde está? No se trata de ella. Esto se trata de ti. —Gus puso la caja de huevos en su regazo, abrió la puerta y sacó las piernas a la calle. Abrió la puerta de Isaac, y miré por el espejo como Gus ayudó a Isaac a salir del coche, los dos apoyándose en el hombro del otro y luego se separaron un poco, como manos orando que no se encuentran lo bastante juntas en las palmas. Bajé las ventanas y observé desde el automóvil, porque el vandalismo me ponía nerviosa. Dieron unos pasos hacia el automóvil, entonces Gus abrió la caja de huevos y le entregó un huevo a Isaac. Isaac lo lanzó, no alcanzando el coche por unos doce sustanciosos metros.
—Un poco a la izquierda —dijo Gus.
—¿Mi lanzamiento fue un poco a la izquierda o tengo que apuntar un poco a la izquierda?
—Apuntar a la izquierda —Isaac giró los hombros—. Más a la izquierda —dijo Gus. Isaac giró de nuevo—. Sí. Excelente. Y lanza fuerte —Gus le dio otro huevo, e Isaac lo lanzó, el huevo fue en forma de arco sobre el coche y se estrelló contra el techo con ligera pendiente de la casa—. ¡Tiro en el blanco! —dijo Gus.
—¿En serio? —preguntó Isaac con entusiasmo.
—No, lo lanzaste como a seis metros por encima del coche. Así que, lanza con fuerza, pero mantenlo bajo. Y un poco a la derecha de donde estabas la última vez —Isaac extendió la mano y él mismo encontró un huevo de la caja que Gus sostenía. Lo lanzó, golpeando una luz trasera—. ¡Sí! —dijo Gus—. ¡Sí! ¡LUZ TRASERA!
Isaac agarró otro huevo, fallando extensamente a la derecha, luego otro, fallando por el suelo, y luego otro, golpeando el parabrisas trasero. Luego acertó tres seguidos contra la cajuela.
—Grace Hazel —me gritó Gus—. Toma una fotografía de esto para que Isaac pueda verla cuando inventen ojos robot —me levanté para sentarme en la ventana bajada, con los codos sobre el techo del coche, y tomé una foto con mi teléfono: Augustus, con un cigarrillo sin encender en la boca y su sonrisa deliciosamente torcida, sosteniendo la caja de huevos rosa casi vacía por encima de su cabeza. Su otra mano alrededor de los hombros de Isaac, cuyos lentes de sol no estaban dirigidos del todo hacia la cámara. Detrás de ellos, las yemas de los huevos goteaban por el parabrisas y parachoques del Firebird verde. Y detrás de eso, una puerta se abrió.
—Qué —preguntó la mujer de mediana edad, un momento después de que tomé la foto—, en el nombre de Dios… —y luego dejó de hablar.
—Señora —dijo Augustus, saludándola con la cabeza—, el coche de su hija acaba de ser merecidamente bombardeado de huevos por un ciego. Por favor, cierre la puerta y vuelva a entrar, o nos veremos obligados a llamar a la policía. Después de vacilar un momento, la mamá de Mónica cerró la puerta y desapareció. Isaac lanzó los últimos tres huevos en sucesión rápida y entonces Gus lo guió hacia el coche.
—Verás, Isaac, si les quitas, estamos llegando a la acera, la sensación de legitimidad, si volteas las cosas para que sientan como si estuvieran cometiendo un delito al ver... unos pasos más, sus automóviles siendo bombardeados yendo por un callejón sin salida. Di una vuelta en el callejón sin salida y volví a pasar a gran velocidad por la casa de Mónica. Nunca tomé otra foto de él. de huevos, estarán confundidos, asustados y preocupados y simplemente volverán a sus, encontrarás la manija de la puerta directamente delante de ti… vidas tranquilamente desesperadas —Gus se apresuró a rodear la parte delantera del coche y se instaló en el asiento del copiloto. Las puertas se cerraron, y arranqué rápidamente, conduciendo por unos cien metros antes de darme cuenta que estaba

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