sábado, 13 de septiembre de 2014

Bajo la misma estrella: Capitulo 21



                                   CAPITULO 21

Augustus Waters murió ocho días después de su pre funeral, en el Memorial, en la UCI, cuando el cáncer, el cual estaba hecho de él, finalmente detuvo su corazón, el cual también estaba hecho de él. Él estaba con su mamá, su papá y sus hermanas. Su mamá me llamó a las tres y media de la mañana. Por supuesto, sabía que él se estaba muriendo. Había hablado con su p...apá antes de ir a dormir y me dijo:
—Podría ser esta noche —Pero aun así, cuando agarré el teléfono de la mesita de noche y vi a mamá de Gus en el identificador de llamadas, todo dentro de mí colapsó. Ella sólo estaba llorando al otro lado de la línea, y me dijo que lo sentía, y dije que también lo sentía, y me dijo que él estuvo inconsciente por un par de horas antes de morir. Mis padres entraron entonces, pareciendo expectantes, sólo asentí y cayeron el uno al otro, sintiendo, estoy segura, el armónico terror que en su momento vendrá directamente por ellos. Llamé a Isaac, quien maldijo a la vida, al universo y al mismo Dios y que dijo que dónde estaban los malditos trofeos para romperlos cuando los necesitaba, entonces me di cuenta de que no había nadie más a quien llamar, lo que era más triste. La única persona a la que quería llamar para hablar sobre la muerte de Augustus Waters era Augustus Waters. Mis padres se quedaron en mi habitación por siempre hasta que fue de mañana y papá por fin dijo:
—¿Quieres estar sola?
Asentí y mamá dijo:
—Vamos a estar justo detrás de esa puerta.
Pensé, no lo dudo.
Era insoportable. Todo el asunto. Cada segundo peor que el pasado. Sólo seguía pensando en llamarlo, preguntándome qué sucedería si alguien respondía. En las últimas semanas, nos habíamos limitado a pasar nuestro tiempo juntos para recordar, pero eso no era nada: El placer de recordar había sido arrancado de mí, porque ya no había nadie con quien recordar. Se sentía como si perder a tu compañero de recuerdos significaba perder el recuerdo en sí, como si las cosas que habíamos hecho fueran menos reales e importantes de lo que habían sido horas antes. Cuando entras en la sala de emergencias, una de las primeras cosas que te preguntan es que clasifiques tu dolor en una escala del uno al diez, y a partir de allí ellos deciden qué drogas usar y qué tan rápido usarlas. Me han preguntado esto cientos de veces a través de los años, y recordé una de las primeras veces cuando no podía respirar y sentía como si mi pecho estuviese ardiendo, llamas lamiendo el interior de mis costillas luchando por una forma de quemar mi cuerpo, y mis padres me llevaron a la sala de emergencias. Una enfermera me preguntó sobre el dolor, y yo ni siquiera podía hablar, así que sostuve en alto nueve dedos. Más tarde, después de que ellos me habían dado algo, la enfermera entró y estaba como acariciando mi mano mientras tomaba mi presión sanguínea y dijo: —¿Sabes cómo sé que eres una luchadora? Llamaste nueve a un diez. Pero eso no era del todo cierto. Lo llamé un nueve porque estaba guardando mi diez. Y aquí estaba, el grandioso y terrible diez, golpeando una y otra vez mientras yacía quieta y sola en mi cama mirando hacia el techo, las olas lanzándome contra las rocas y luego empujándome de vuelta al mar para así poder lanzarme de nuevo a la dentada cara del acantilado, dejándome flotando boca arriba sobre el agua, sin ahogarme.

Finalmente lo llamé. Su teléfono sonó cinco veces y luego fue al buzón de voz.
—Has llegado al buzón de voz de Augustus Waters —dijo, la alta voz de la que me había enamorado—. Deje un mensaje.
Sonó un pitido. El aire muerto en la línea era tan extraño. Sólo quería volver con él a ese secreto tercer espacio post-terrestre que visitábamos cuando hablábamos por teléfono.... Esperé por esa sensación, pero nunca llegó: El aire muerto en la línea no era reconfortante, y finalmente colgué. Saqué mi laptop de debajo de la cama y la encendí y fui a su página de muro, donde ya las condolencias estaban lloviendo. El más reciente decía: “Te amo, hermano. Te veo en el otro lado”. …Escrito por alguien del que nunca había oído. De hecho, casi todos los comentarios del muro, lo cuales llegaban casi tan rápido como podía leerlos, fueron escritos por personas que nunca había conocido y sobre los que nunca había hablado, personas que estaban exaltando sus muchas virtudes ahora que estaba muerto, incluso a pesar de que sabía a ciencia cierta que ellos no lo habían visto en meses y no habían hecho ningún esfuerzo por visitarlo. Me preguntaba si mi muro se vería así cuando muriera, o si había estado fuera de la escuela y de la vida el tiempo suficiente para escapar de la conmemoración generalizada. Seguí leyendo. “Ya te extraño, hermano”. “Te amo, Augustus. Dios te guarde y te bendiga”. “Siempre vivirás en nuestros corazones, chico grande”. Ese particularmente me irritó, porque implicaba la inmortalidad de los que quedaban atrás: ¡Siempre vivirás en mi memoria, porque viviré para siempre! ¡SOY TU DIOS AHORA, CHICO MUERTO! ¡TE POSEO! Pensar que nunca vas a morir es otro efecto secundario de estar muriendo
“Tú siempre fuiste un gran amigo, siento no haberte visto más después de que dejaste la escuela, hermano. Apuesto a que ya estás jugando a la pelota en el cielo”.
Imaginé el análisis de Augustus Waters de ese comentario: Si estoy jugando baloncesto en el cielo, ¿eso implica una localización física de un cielo que contiene pelotas de baloncesto físicas? ¿Quién hace esas pelotas en cuestión? ¿Hay en el cielo almas menos afortunadas que trabajan en una fábrica celestial de pelotas de baloncesto para que yo pueda jugar? ¿O es que un Dios omnipotente crea pelotas de baloncesto a partir del vacío del espacio? Es este cielo alguna clase de universo observable donde las leyes de la física no aplican, y si es así, ¿por qué demonios estaría jugando baloncesto cuando podría estar volando, leyendo, mirando a personas hermosas o algo más que realmente disfrute? Es como si la forma de imaginar mi propia muerte diga más sobre ti que lo que dice sobre cualquier clase de persona que era o lo que sea que soy ahora. Sus padres llamaron alrededor del medio día para decir que el funeral sería en cinco días, el sábado. Me imaginé una iglesia llena de gente que pensaba que a él le gustaba el baloncesto, y quise vomitar, pero sabía que tenía que ir, dado que iba a hablar y todo. Cuando colgué, volví a leer su muro: “Acabo de escuchar que Gus Waters murió después de una larga batalla contra el cáncer. Descansa en paz, amigo”. Sabía que estas personas estaban realmente tristes, y que realmente no estaba enojada con ellos. Estaba enojada con el universo. Aun así me enfureció: Consigues todos estos amigos justo cuando ya no necesitas amigos. Escribí una respuesta a este comentario: “Vivimos en un universo dedicado a la creación y a la erradicación de la conciencia. Augustus Waters no murió después de una larga lucha contra el cáncer. Murió después de una larga batalla con la conciencia humana, una víctima, como tú lo serás, del universo que necesita hacer y deshacer todo lo que es posible”. Lo publiqué y esperé que alguien respondiera, refrescándolo una y otra vez. Nada. Mi comentario se perdió en la tormenta de comentarios nuevos. Todo el mundo iba a extrañarlo mucho. Todo el mundo estaba rezando por su familia. Recordé la carta de Van Houten: La escritura no resucita. Se entierra. Después de un rato salí a la sala para sentarme con mis padres y ver televisión. No podría decirte que programa era, pero en algún punto, mi mamá dijo: —¿Hazel, qué podemos hacer por ti? Y simplemente sacudí mi cabeza. Comencé a llorar de nuevo. —¿Qué podemos hacer? —preguntó mamá de nuevo. Me encogí de hombros. Pero ella siguió preguntando, como si hubiera algo más que pudiera hacer, hasta que finalmente me arrastré por el sofá hasta su regazo y mi papá se acercó y sostuvo mis piernas muy fuertemente y envolví mis brazos alrededor del medio de mamá y ellos me sostuvieron por horas mientras la marea corría.

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