sábado, 6 de septiembre de 2014

Bajo la misma estrella: Capitulo 15


CAPITULO 15

 


Un par de días después, en la casa de Gus, sus padres, los míos, Gus y yo estábamos todos apretados alrededor de la mesa del comedor, comiendo pimientos cubiertos en un mantel que, según el padre de Gus, la última vez que fue usado fue en el siglo anterior.
Mi padre: Emily, este risotto….
Mi madre: Es sólo delicioso… ...
La madre de Gus: Oh, gracias. Estaré encantada de darte la receta.
Gus, al tragar un mordisco: Sabes, es el primer sabor que estoy recibiendo que no es Oranjee.
Yo : Buena observación, Gus. Esta comida, mientras que deliciosa, no sabe cómo Oranjee. Mi madre: Hazel.
Gus: Sabe cómo…
Yo: Comida.
Gus: Sí, precisamente. Sabe a comida, excelentemente preparada. Pero no sabe, ¿cómo lo pongo de forma delicada…?
Yo: No sabe exactamente como si Dios mismo hubiera preparado el cielo en series de cinco platos que luego fueron servidos acompañados de varias bolas luminosas de fermentación, burbujeante plasma mientras reales y literales flores flotaban alrededor del lado del canal de la mesa.
Gus: Buena frase.
El padre de Gus: Nuestros hijos son raros
Mi padre: Buena frase.
Una semana después de la cena, Gus terminó en ER33 con dolor en el pecho, y ellos lo admitieron durante la noche, así que conduje hasta el Memorial la mañana siguiente y lo visité en el cuarto piso. No había estado en el Memorial desde que visité a Isaac. No tenía ninguno de los empalagosos colores primarios pintados en la pared enmarcados de perros que manejaban sus carros como los que se encontraban en el Infantil, pero la absoluta esterilidad del lugar me hizo sentir nostálgica de toda la mierda de niño feliz del Infantil. El Memorial era tan funcional. Era una instalación de almacenamiento. Un prematorio. Cuando las puertas del elevador se abrieron en el cuarto piso, vi a la mamá de Gus paseándose en la sala de espera, hablando por teléfono. Colgó rápidamente, luego me abrazó y me ofreció tomar mi carro. —Estoy bien, —dije—. ¿Cómo está Gus?
—Tuvo una noche dura, Hazel, —dijo—. Su corazón está trabajando muy duro. Necesita reducir la actividad. Silla de ruedas de ahora en adelante. Lo están poniendo en una nueva medicina que debe ser mejor para el dolor. Sus hermanas acaban de llegar.
—Bien —dije—. ¿Puedo verlo?
Ella puso su brazo alrededor mío y me apretó el hombro. Se sintió raro.
—Sabes que te amamos Hazel, pero por ahora necesitamos estar en familia. Gus estuvo de acuerdo. ¿Bien?
—Bien —dije.
—Le diré que lo visitaste.
—Bien —dije—. Voy a leer aquí por un rato, creo.

Ella bajó por el pasillo, de vuelta a donde él estaba. Lo entendía, pero igual lo extrañaba, seguía pensando que tal vez estaba perdiendo mi última oportunidad de verlo, de decirle adiós o lo que sea. La sala de espera estaba toda llena de alfombra y sillones cafés de tela mullida. Me senté en un sofá por un rato, el carro de mi oxígeno atascado por mi pie. Había estado usando mi camiseta Chuck Taylor de Cecin’ estpasune pipe34 que había estado usando hace dos semanas en la tarde del Diagrama de Venn, y no la iba a ver. Empecé a desplazarme por las fotos de mi celular, una versión de la parte de atrás de un libro de los últimos meses de mi vida, empezando con él e Isaac fuera de la casa de Mónica y terminando con la primera foto que tomé de él, en el camino a los Huesos Funky. Parecía que fue hace una eternidad, como si hubiéramos tenido este breve, pero aún infinito para siempre. Algunos infinitos son más grandes que otros. Dos semanas después, empujé a Gus en la silla de ruedas a través del parque de arte hacia los Huesos Funky con una botella entera de una costosa champaña y mi tanque de oxígeno en su regazo. El champán había sido donado por uno de los doctores de Gus, él siendo el tipo de persona que inspira a los doctores a darles sus mejores botellas de champaña a niños. Nos sentamos, Gus en su silla y yo en el húmedo césped, lo más cerca de los Hueso Funky que pudimos estar con la silla. Señalé a los niños pequeños incitándose entre sí para saltar de la caja torácica al hombro y Gus respondió lo bastante alto para que oyera por encima del bullicio.
—La última vez me imaginé como el niño. Ahora, como el esqueleto. Bebimos en tazas de papel de Winnie-the-Pooh.
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