sábado, 13 de septiembre de 2014

Bajo la misma estrella: Capitulo 22

 

CAPITULO 22


Al principio cuando llegamos allí, me senté en la parte de atrás de la sala de visitas, una pequeña habitación de paredes de piedra descubierta a un lado del santuario en la iglesia el literal corazón de Jesús. Había tal vez ochenta sillas colocadas en la sala, y dos tercios de ellas estaban ocupadas, pero se notaba un tercio vacío. Durante un rato, s...ólo vi a la gente acercarse al ataúd, que estaba sobre algún tipo de carro cubierto con un mantel color púrpura. Toda esta gente que nunca había visto antes se arrodillaba a su lado o estaban de pie por encima de él y lo miraban por un rato, llorando quizás, tal vez diciendo algo, y luego todos tocaban el ataúd en vez de tocarlo a él, porque uno no quiere tocar a los muertos. La mamá y el papá de Gus estaban de pie junto al ataúd, abrazando a todo el mundo a medida que pasaban, pero cuando me vieron, sonrieron y se acercaron arrastrando los pies. Me levanté y abracé primero a su papá y luego a su mamá, quien se aferró a mí muy apretadamente, como solía hacer Gus, apretando mis omoplatos. Los dos lucían muy viejos, con las cuencas de los ojos hundidas y la piel flácida de sus rostros agotados. Ellos también habían llegado al final de una carrera de obstáculos.
—Te amó tanto —dijo la mamá de Gus—. Realmente lo hizo. No era… no era amor adolescente ni nada por el estilo —añadió, como si yo no lo supiera.
—También a ustedes los amó mucho —dije en voz baja. Es difícil de explicar, pero hablar con ellos se sentía como apuñalar y ser apuñalada—. Lo siento —dije.
Y entonces sus padres fueron a hablar con mis padres, toda la conversación asintiendo con la cabeza y con los labios apretados. Levanté la vista hacia el ataúd y lo vi sin vigilancia, así que decidí caminar hasta allí. Saqué el tubo de oxígeno de mis fosas nasales y levanté el tubo sobre mi cabeza, dándoselo a papá. Quería que fuéramos sólo yo y sólo él.
Agarré mi pequeño bolso y caminé por el pasillo improvisado entre las hileras de sillas. La caminata se sintió larga, pero me mantuve diciéndole a mis pulmones que se callaran, que eran fuertes, que podían hacer esto. Pude verlo cuando me acerqué: Su cabello estaba dividido impecablemente al lado izquierdo de una manera que él habría encontrado absolutamente horrible, y su rostro estaba plastificado. Pero todavía era Gus. Mi larguirucho y hermoso Gus. Quise usar el pequeño vestido negro que había comprado para mi fiesta de quince años, mí vestido mortuorio, pero ya no me quedaba, así que me puse un vestido liso y negro hasta la rodilla. Augustus llevaba el mismo traje de solapa fina que había usado en Oranjee. Cuando me arrodillé, me di cuenta que habían cerrado sus ojos por supuesto que lo habían hecho y que nunca volvería a ver sus ojos azules.

—Te Amo en tiempo presente —susurré, y luego puse la mano en el centro de su pecho y dije—: Está bien, Gus. Está bien. Lo está. Está bien, ¿me oyes?

No tuve, y no tengo absolutamente ninguna confianza de que podía oírme. Me incliné hacia delante y besé su mejilla.
—Bien —dije—. Bien.
De pronto me sentí consciente de que había toda esta gente mirándonos, que la última vez que tanta gente nos vio besarnos estábamos en la Casa de Ana Frank. Pero no quedaba, propiamente hablando, un nosotros para ver. Sólo un yo. Abrí el bolso, metí la mano, y saqué una cajetilla dura de Camel Lights. En un movimiento rápido que esperaba nadie hubiera notado, la metí a escondidas en el espacio entre su costado y el revestimiento afelpado del ataúd.
—Puedes encender estos —le susurré—. No me importará. Mientras estaba hablando con él, mamá y papá se habían trasladado hasta la segunda fila con mi tanque, por lo que no tuve un largo camino de regreso. Papá me dio un pañuelo de papel cuando me senté. Me soné la nariz, coloqué los tubos alrededor de mis orejas, y me puse de nuevo la cánula.
Creí que íbamos a entrar al santuario propiamente dicho para el funeral real, pero todo ocurrió en esa pequeña habitación lateral, en la Mano Literal de Jesús, supongo, la parte de la cruz a la que había sido clavado. Un ministro se acercó y se puso detrás del ataúd, casi como si el ataúd fuera un púlpito o algo así, y habló un poco acerca de cómo Augustus tuvo una valiente batalla y cómo su heroísmo ante la enfermedad era una inspiración para todos nosotros, y ya estaba empezando a enojarme con el ministro cuando dijo—: En el cielo, Augustus finalmente será sanado y estará entero —implicando que había sido menos que otras personas debido a su falta de pierna, y en cierto modo no pude reprimir mi suspiro de disgusto. Mi papá me agarró justo por encima de la rodilla y me lanzó una mirada de desaprobación, pero en la fila detrás de mí, alguien murmuró con voz casi inaudible cerca de mi oído—: Qué montón de mierda, ¿eh, chica? —Me di la vuelta. Peter Van Houten llevaba un traje de lino blanco, a la medida dando cuenta de su redondez, una camisa de vestir azul pálido y una corbata verde. Parecía que estaba vestido para un pasatiempo colonial de Panamá, no un funeral. El ministro dijo—: Oremos —pero cuando todo el mundo inclinó la cabeza, yo sólo pude quedarme con la boca abierta ante la visión de Peter Van Houten. Después de un momento, él susurró—: Tenemos que fingir que oramos, e inclinó la cabeza.
Traté de olvidarme de él y simplemente orar por Augustus. Me anoté un punto al escuchar al ministro y no mirar hacia atrás. El ministro llamó a Isaac, que estaba mucho más serio de lo que había estado en el pre-funeral.
—Augustus Waters fue el Alcalde de la Ciudad Secreta de Cancerlandia, y no es reemplazable— comenzó Isaac—. Otras personas serán capaces de contar historias divertidas sobre Gus, porque era un tipo divertido, pero déjenme contarles una seria: Un día después de que me extirparan mi ojo, Gus se presentó en el hospital. Yo estaba ciego y con el corazón roto y no quería hacer nada y Gus irrumpió en mi habitación y gritó: “¡Tengo una noticia maravillosa!” Y yo dije algo como: “Realmente no quiero escuchar una noticia maravillosa en este momento”, y Gus dijo: “Esta es una noticia maravillosa que quieres escuchar”, y yo le pregunté: “Bien, ¿cuál es?” y él dijo: “¡Vas a vivir una buena y larga vida llena de momentos grandiosos y terribles que ni siquiera puedes imaginar todavía!” Isaac no pudo seguir, o tal vez eso era todo lo que había escrito. Después de que un amigo de la preparatoria contó algunas historias acerca del considerable talento para el basquetbol de Gus y sus muchas cualidades como compañero de equipo, el ministro dijo—: Ahora vamos a escuchar algunas palabras de la amiga especial de Augustus, Hazel.
—¿Amiga especial?
Hubo algunas risas en la audiencia, así que calculé que era seguro para mí empezar diciéndole al ministro—: Era su novia. —Eso los hizo reír. Entonces empecé a leer del discurso mortuorio que había escrito.
—Hay una gran cita en la casa de Gus, que a ambos nos pareció muy consoladora: Sin dolor, no podríamos conocer la alegría.
Continúe recitando estúpidos Estímulos mientras los padres de Gus, cogidos del brazo, se abrazaban y asentían con la cabeza ante cada palabra. Los funerales, había decidido, son para los vivos. Después de que su hermana Julie habló, el servicio terminó con una oración acerca de la unión de Gus con Dios, y me acordé de lo que me había dicho en Oranjee, que no creía en mansiones y arpas, pero creía en Algo con A mayúscula, así que traté de imaginarlo en Algún lugar con A mayúscula mientras orábamos, pero aun así no pude convencerme de que él y yo volveríamos a estar juntos. Ya conocía a demasiada gente muerta. Sabía que el tiempo pasaría para mí de manera diferente que para él, que yo, como todos en esa habitación, iría acumulando amores y pérdidas, mientras que él no lo haría. Y para mí, esa fue la tragedia final y verdaderamente insoportable: Como todos los innumerables muertos, él había sido de una vez y para siempre degradado de perseguido a perseguidor. Y luego uno de los cuñados de Gus trajo una radio casetera portátil y tocaron la canción que Gus había elegido una canción triste y suave de The Hectic Glow llamada “The ne w Pa rtne r”. Sólo quería ir a casa, honestamente. No conocía bien a ninguna de estas personas, y sentía que los pequeños ojos de Peter Van Houten atravesaban mi omoplato expuesto, pero después de que la canción termino, todos tuvieron que acercarse a mí y decirme que había hablado maravillosamente, y que fue un servicio encantador, pero era mentira: Era un funeral. Parecía como cualquier otro funeral. Sus portadores de féretro, primos, su papá, un tío, amigos que nunca había visto vinieron a buscarlo, y todos ellos empezaron a caminar hacia la carroza fúnebre. Cuando mamá y papá y yo entramos al carro, dije—: No quiero ir. Estoy cansada. —Hazel —dijo mamá —Mamá, no habrá lugar donde sentarse y durará para siempre y estoy cansada. —Hazel, tenemos que ir por el señor y la señora Waters —dijo mamá. —Sólo… —dije. Me sentía tan pequeña en el asiento trasero por alguna razón. Como que quería se r pequeña. Quería te ne r seis años o algo así. —Bien —dije. Sólo me quede mirando fuera de la ventana un rato. Realmente no quería ir. No quería verlos enterrarlo en el lugar que él había escogido con su papá. Y no quería ver a sus padres caer de rodillas al pasto húmedo por el rocío ni tampoco verlos gemir adoloridos, y no quería ver la alcohólica barriga de Peter Van Houten expandida contra su chaqueta de lino, y no quería llorar frente a un montón de personas, y no quería lanzar un puñado de tierra a su tumba, y no quería que mis padres tuvieran que pararse ahí bajo el cielo azul con su sesgo de luz de la tarde, pensando en su día, su niña, mi parcela, mi ataúd y mi suciedad.

Pero hice esas cosas, las hice todas y peor porque mamá y papá sentían que debíamos hacerlo. Después de que termino, Van Houten se dirigió hacia mí y puso una mano gorda sobre mi hombro y dijo—: ¿Puedo pedirte un aventón? Deje mi auto rentado al pie de la colina —Me encogí de hombros, y él abrió la puerta del asiento trasero justo mientras mi papá desact...ivaba la alarma del automóvil. Adentro, él se inclinó entre los asientos delanteros y dijo—: Peter Van Houten: Novelista Emérito y decepcionador semi-profesional.
Mis padres se presentaron. Él sacudió sus manos. Estaba bastante sorprendida de que Peter Van Hounten hubiera volado al otro lado del mundo para asistir a un funeral.
—¿Cómo siquiera…? —empecé, pero él me interrumpió.
—Use ese internet infernal para seguir las noticias necrológicas de Indianápolis —Metió la mano en su traje de lino y saco tres cuarto de galón de whisky.
—Y simplemente compro un tiquete y…
Él me interrumpió de nuevo mientras desenroscaba la tapa.
—Fueron quince mil por un tiquete de primera clase, pero soy lo suficientemente acaudalado para acceder a esos caprichos. Y las bebidas son gratis en el vuelo. Si eres ambicioso, puedes salir sin ganar ni perder.
Van Houten tomo un sorbo del whisky y luego se inclinó hacia adelante para ofrecerle a mi papá, quien dijo—: Um, no gracias.
Después Van Houten movió la botella hacia mí. La agarre.
—Hazel —dijo mi mama, pero desenrosque la tapa y bebí un sorbo. Hizo que mi estómago se sintiera como mis pulmones. Le pase le botella de vuelta a Van Houten, quien tomo un largo sorbo de ella y después dijo—: Entonces, Omnis cellula e cellula.
—¿Huh?
—A tu chico Waters y yo nos escribíamos un poco y en su última…
—¿Espera, entonces ahora lees tu correo de admiradores?
—No, lo envió a mi casa, no a través de mi editor. Y difícilmente lo llamaría un admirador. Él me despreciaba. Pero de todos modos insistía que sería absuelto de mi mal conducta si asistía a su funeral y te decía que se pasó con la mamá de Anna. Así que aquí estoy, y aquí está tu respuesta—: Omnis cellula e cellula .
—¿Qué? —pregunte de nuevo.
—Omnis cellula e cellula —dijo él nuevamente—. Toda célula viene de otra. Toda célula nace de una célula previa, la cual nació de una célula previa. La vida viene de la vida. La vida engendra vida engendra vida engendra vida engendra vida. Llegamos al pie de la colina.
—Bien, si —dije. No estaba de humor para esto. Peter Van Houten no secuestraría el funeral de Gus. No lo permitiría. —Gracias —dije—. Bueno, supongo que estamos al pie de la colina.
—¿No quieres una explicación? —pregunto.
—No —dije—. Estoy bien. Pienso que eres un alcohólico patético que dice cosas estrambóticas para atraer la atención como un niño de once años realmente precoz y me siento muy mal por ti. Pero si, no, ya no eres el chico que escribió Una Aflicción Imperial, así que no podrías continuarla aún si quisieras. Gracias, sin embargo. Que tengas una buena vida.
—Pero…
—Gracias por la bebida —dije—. Ahora salga del automóvil. —Él parecía regañado. Papá había detenido el automóvil y sólo permanecimos allí abajo de la tumba de Gus por un minuto hasta que Van Houten abrió la puerta y, finalmente se fue en silencio. Mientras nos alejábamos conduciendo, observe a través de la ventana trasera mientras él tomaba un trago y levantaba la botella en mi dirección como si estuviera brindando por mí. Sus ojos parecían tan tristes. Me sentía un poco mal por él, para ser honesta.
Finalmente llegamos a casa alrededor de las seis, y estaba exhausta. Solamente quería dormir, pero mamá me hizo comer una pasta de queso, aunque al menos me permitió comer en la cama. Dormí con el BiPAP por un par de horas, despertarse fue horrible, porque por un confuso momento sentía que todo estaba bien, y después me aplastaba de nuevo. Mamá me quito el BiPAP, me amarre a un tanque portátil, y entre a tropezones al baño para cepillar mis dientes. Evaluándome en el espejo mientras cepillaba mis dientes, seguía pensando que habían dos tipos de adultos: Estaban los Peter Van Houtens, criaturas miserables que registraban la tierra en busca de algo para herir. Y luego estaban las personas como mis padres, quienes paseaban como zombis, haciendo lo que sea que tuvieran que hacer para seguir paseando alrededor. Ninguno de esos futuros me parecía particularmente deseable. Para mí parecía que ya había visto todo lo puro y bueno en el mundo, y estaba empezando a sospechar que incluso si la muerte no se hubiera interpuesto, el tipo de amor que Augustus y yo compartimos nunca podría durar. Así como el
amanecer se pone al día, escribió el poeta. Nada dorado puede permanecer. Alguien toco la puerta del baño.
—Ocupada —dije.
—Hazel —dijo mi papá—. ¿Puedo entrar? —No respondí, pero después de un momento abrí la puerta. Me senté en el asiento del retrete. ¿Por qué respirar tenía que ser tan difícil? papá se arrodillo a mi lado. Agarro mi cabeza y la puso en su clavícula, y dijo—: Lamento que Gus haya muerto. —Me sentía un poco sofocada por su camiseta, pero se sentía bien ser sostenida tan fuerte, presionada en el confortable aroma de mi papá. Era como si él estuviera enojado o algo así, y me gustaba eso, porque también estaba enojada.
—Es una total idiotez —dijo—. Toda esta cosa. ¿Un ochenta por ciento sobreviven y él estaba en el veinte por ciento? Idioteces. Era un chico tan brillante. Son idioteces. Odio eso. ¿Pero seguro fue un privilegio amarlo, huh? Asentí en su camisa
—Te da una idea de cómo me siento acerca de ti —dijo.

Mi viejo. Él siempre sabía justo que decir.

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