sábado, 13 de septiembre de 2014

Bajo la misma estrella: Capitulo 23

CAPITULO 23


Unos días después, me desperté alrededor del mediodía y conduje hacia la casa de Isaac. Él abrió por sí mismo la puerta.
—Mi mamá llevó a Graham a ver una película —dijo.
—Deberíamos ir a hacer algo —dije. ...
—¿Puede ser jugar video juegos mientras nos sentamos en el sofá?
—Sí, ese era el tipo de algo que tenía en mente.
Entonces nos sentamos ahí por varias horas hablando juntos a la pantalla, navegando por el invisible laberinto en la cueva sin nada de luz. La parte más entretenida del juego de lejos era tratar de conseguir que la computadora capte nuestra conversación:
Yo: Toca la pared de la cueva.
Computadora: Tocas la pared de la cueva.
Está húmeda.
Isaac: Lame la pared de la cueva.
Computadora: No entiendo. ¿Repetir?
Yo: Ten sexo con la pared de la cueva.
Computadora: Intentas saltar, te golpeas la cabeza.
Isaac: No saltar. Tener Sexo36.
Computadora: No entiendo. _________________________________________________36 Hum p: En inglés usa la palabra hum p para tener sexo y jum p para saltar, por eso el juego de palabras y la confusión de la computadora.
_________________________________________________
Isaac: Hombre, he estado sólo en la oscuridad en estas cuevas por semanas y necesito algún alivio. TEN SEXO CON LA PARED.
Computadora: Intentas sal...
Yo: Empujar la pelvis contra la pared de la cueva.
Computadora: No...
Isaac: Hazle el amor dulcemente a la cueva.
Computadora: No...
Yo: BIEN. Sigue la bifurcación izquierda.
Computadora: Sigues la bifurcación izquierda. El pasaje se estrecha.
Yo: Arrástrate.
Computadora: Te arrastras por cien yardas. El pasaje se estrecha.
Yo: Arrástrate como una serpiente.
Computadora: Te arrastras como serpiente cien yardas.

Un hilo de agua recorre tu cuerpo. Llegas a una pequeña pila de rocas que bloquean tu paso.
Yo: ¿Puedo tener sexo con la cueva ahora?
Computadora: No puedes saltar sin pararte.
Isaac : Me molesta vivir en un mundo sin Augustus Waters.
Computadora: No entiendo...
Isaac: Yo tampoco. Pausa.
Dejó caer el control remoto en el sofá entre nosotros y preguntó:
—¿Sabes si duele o algo?
—Él realmente estaba luchando por respirar, supongo —dije—. Al final quedó inconsciente pero sonaba como, si, no fuera genial ni nada. Morir apesta.
—Sí —dijo Isaac. Y después de mucho tiempo—. Es sólo que parece tan imposible.
—Sucede todo el tiempo —dije.
—Pareces enojada —dijo él.
—Sí —dije. Sólo nos sentamos ahí tranquilos por mucho tiempo, lo cual estaba bien, y yo estaba pensando sobre el camino de regreso al principio en el corazón literal de Jesús cuando Gus nos dijo que él temía al olvido y yo le dije que le estaba teniendo miedo a algo universal e inevitable, y como realmente el problema no era sufrir o el olvido en sí mismo sino lo absurdo de esas cosas, el nihilismo inhumano del sufrimiento. Pensé en mi papá diciéndome que el universo quiere ser reconocido. Pero lo que nosotros queremos es ser notados por el universo, para que al universo le importe una mierda lo que nos pasa a nosotros... no la idea colectiva de una vida sensible sino cada uno de nosotros como individuos.
—Gus de verdad te amaba, sabes —dijo.
—Lo sé.
—Él no se callaba sobre eso.
—Lo sé —dije.
—Era molesto.
—No lo encontraba molesto —dije.
—¿Alguna vez te dio esa cosa que estaba escribiendo?
—¿Qué cosa?
—La continuación o lo que sea de ese libro que te gustó.
Me giré hacia Isaac.
—¿Qué?
—Dijo que estaba trabajando en algo para ti pero que no era tan buen escritor.
—¿Cuándo dijo eso?
—No lo sé. Como, en algún momento después de regresar de Ámsterdam.
—¿En qué momento? —presioné. ¿Había tenido oportunidad de terminarlo? ¿Lo había terminado y dejado en su computadora o algo?
—Um —suspiró Isaac—. Um, no sé. Hablamos sobre eso aquí una vez. Él estaba aquí, como... um, jugamos con mi máquina de correos electrónicos y recibí un correo de mi abuela. Puedo revisar en la maquina si tú...
—Sí, sí, ¿dónde está?
Él lo había mencionado hace un mes. Un mes. No un buen mes, lo reconozco, pero todavía un mes. Eso era tiempo suficiente para que él haya escrito algo, aunque sea. Todavía había algo de él, o hecho por él al menos, flotando por aquí. Lo necesitaba.
—Voy a ir a su casa —le dije a Isaac. Me apresuré hacia la minivan y saqué el carro de oxígeno del asiento de pasajeros. Arranqué el auto. El ritmo de hip-hop resonó en el estéreo mientras me estiré para cambiar la estación de radio, alguien empezó a rapear. En sueco. Me di vuelta y grité cuando vi a Peter Van Houten sentado en el asiento de atrás.
—Lamento asustarte —dijo Peter Van Houten sobre el rap. Todavía estaba usando su traje del entierro, casi una semana después. Olía como si sudara alcohol—. Puedes guardar el CD —dijo—. Es Snook, uno de los mejores suecos...
—Ah, ah, ah, ah, SAL DE MI AUTO —Apagué la radio.
—Es el auto de tu madre, según entiendo —dijo—. Además, no estaba cerrado.
—Oh, ¡por Dios! Sal del auto o llamaré al 911. Hombre, ¿cuál es tu problema?
—Si sólo hubiera uno —reflexionó—. Estoy aquí simplemente para disculparme. Estabas en lo cierto antes notando que soy patético y dependiente del alcohol. Tenía una conocida que sólo pasaba tiempo conmigo porque le pagaba por hacerlo... peor, todavía, ella acaba de marcharse, dejándome el alma rara que no puede conseguir a un compañero ni siquiera con sobornos. Todo es verdad, Hazel. Todo eso y más.
—Bien —dije. Habría sido un discurso más didáctico si no pronunciara mal las palabras.
—Me recuerdas a Anna.
—A mucha gente le recuerdo mucha gente —contesté—. De verdad tengo que irme.
—Entonces maneja —dijo.
—Sal.
—No. Me recuerdas a Anna —dijo de nuevo. Después de un segundo, puse el coche en reversa y me recosté. No podía hacer que se fuera y no tenía que hacerlo. Manejaría hasta la casa de Gus, y los padres de él lo harían marcharse.
—Tú eres, por supuesto, familiar —dijo Van Houten— con Antonietta Meo.
—Sí, no —dije. Prendí el estéreo y resonó el hip-hop sueco pero Van Houten gritó sobre él.
—Ella pronto podría ser el santo más joven alguna vez beatificado por la iglesia católica. Tenía el mismo cáncer que el Sr. Waters, osteosarcoma. Ellos le amputaron la pierna. El dolor era insoportable. Cuando Antonietta Meo estaba muriendo a la madura edad de seis años de este cáncer agonizante, le dijo a su padre: “El dolor es como la tela: cuando más fuerte es, más vale.” ¿Es verdad, Hazel? No lo estaba mirando directamente, sino que a su reflejo en el espejo.

—No —grité sobre la música—. Eso es estúpido.
—¡Pero no deseas que fuera verdad! —grita en respuesta. Apagó la música—. Lamento arruinar su viaje. Eran tan jóvenes. Eran... —Él se quebró. Como si tuviera derecho a lamentarse por Gus. Van Houten era sólo otro de los infinitos dolientes que no lo conocieron, otra lamentación demasiado tarde en su muro.
—No... arruinaste nuestro viaje, bastardo presumido. Tuvimos un viaje fantástico.
—Estoy tratando —dijo—. Estoy tratando, lo juro. —Fue alrededor de ahí que me di cuenta de que Peter Van Houten había tenido una persona muerta en su familia. Consideré la honestidad con la que había escrito sobre el cáncer en niños; el hecho de que no me pudo hablar en Ámsterdam excepto para preguntarme si me había vestido como ella a propósito; su mierda sobre Augustus y yo; su dolorosa pregunta sobre la relación entre la extremidad de dolor y su valor. Se sentó allí atrás bebiendo, un hombre viejo que había estado borracho desde hace años. Pensé en una estadística que deseaba no haber conocido: La mitad de los matrimonios terminan luego de la muerte de un niño. Miré de nuevo a Van Houten. Estaba manejando hacia la universidad y me detuve detrás de una pila de autos aparcados y pregunté:
—¿Tuviste un hijo que murió?
—Mi hija —dijo—. Tenía ocho. Sufrió bellamente. Nunca será beatificada.
—¿Tenía leucemia? —pregunté. Asintió—. Como Anna —dije. —Muy como ella, sí.
—¿Estuviste casado?
—No. No en el momento de la muerte. Era insoportable mucho antes de haberla perdido. El dolor no te cambia, Hazel. Te revela.
—¿Viviste con ella?
—No, no principalmente, sin embargo al final, la trajimos aquí a Nueva York, donde yo estaba viviendo, para una serie de torturas experimentales que incrementaron la miseria de sus días sin incrementar el número de ellos. Luego de un segundo,
dije—: Así que es como si le hubieras dado una segunda vida donde ella llegó a ser una adolescente.
—Supongo que es una justa valoración —dijo, y luego rápidamente agregó—. ¿Asumo que estás familiarizada con el Problema del Tranvía de Philippa Foot del experimento mental?
—Y luego me aparecí en tu casa y vestida como la chica en la esperabas que se convirtiera si viviera, y estabas, como, todo desconcertado por eso.
—Hay un tranvía rodando fuera de control por un camino —dice.
—No me importa tu estúpido experimento mental —le dije.
—Es de Philippa Foot, de hecho.
—Bueno, tampoco el de ella —dije.
—Ella no entendía por qué estaba pasando —dijo—. Tuve que decirle que iba a morir. Su trabajador social me dijo que tenía que decirle. Tenía que decirle que iba a morir, así que le dije que iba a ir al cielo. Me preguntó si yo iba a estar allí, y le dije que no, no todavía. Pero eventualmente, ella dijo, y le prometí que sí, claro, muy pronto. Y le dije que al mismo tiempo habíamos tenido una gran familia allí arriba para que cuidara de ella. Y me preguntó que cuando iba a ir allí, y le dije que pronto. Hace veinte años.
—Lo siento.
—Yo también.
Luego de un rato, pregunté—: ¿Qué le pasó a su mamá? Él sonrió.
—Sigues buscando tu secuela, pequeña rata.

Le sonreí de vuelta.
—Deberías ir a casa —le dije—. Ponte sobrio. Escribe otra novela. Haz la cosa en la que eres bueno. No muchas personas tienen la suficiente suerte en ser buenos en algo. Me observó a través del espejo por un largo rato.
—De acuerdo —dijo—. Sí. Tienes razón. Tienes razón. —Pero incluso mientras lo decía, sacó su botella casi vacía ... de Whisky. Tomó, tapó la botella, y abrió la puerta—. Adiós, Hazel.
—Tómalo con calma, Van Houten.
Él se sentó en la acera detrás del carro. Mientras lo observaba encogerse en el espejo retrovisor, sacó la botella por otro segundo y pareció que iba a dejarla en la cuneta. Y luego tomó otro sorbo. Era una tarde caliente en Indianápolis, el aire era espeso y aún como si estuviéramos dentro de una nube. Era el peor aire para mí, y me dije que sólo era el aire cuando el camino desde la entrada de la casa de él hasta su puerta del frente se sentía infinita. Toqué la puerta, y la madre de Gus me respondió.
—Oh, Hazel —dijo, y medio me envolvió, llorando. Me hizo comer algún tipo de lasaña de berenjena, creo que mucha gente les había llevado comida o lo que sea, con ella y el padre de Gus.
—¿Cómo estás?
—Lo extraño.
—Sí.
Realmente no sabía qué decir. Sólo quería ir abajo y encontrar lo que fuera que había estado escribiendo para mí. Además, el silencio en la habitación de verdad me molestaba. Quería que ellos hablaran entre ellos, confortándose o sosteniéndose las manos, o lo que fuera. Pero sólo se sentaron allí a comer pequeñas cantidades de lasaña, sin ni siquiera mirarse.
—El cielo necesitaba un ángel —Su padre dijo luego de un rato.
—Lo sé —dije. Luego sus hermanas y el desorden de niños aparecieron y entraron en la cocina. Me paré y abracé a ambas de sus hermanas y luego observé a los niños correr alrededor de la cocina con su muy necesario exceso de ruido y movimiento, emocionadas moléculas rebotando unas contra otras y gritando—: Tú eres no tú no eres yo era pero luego te marqué tú no me marcaste me perdiste bueno te estoy marcando ahora no trasero tonto es tiempo de espera DANIEL NO LLAMES A TU HERMANO TRASERO TONTO.
Mamá si no se me permite usar esa palabra cómo acabas de usarla tú trasero tonto trasero tonto —Y luego, en coro—. Trasero tonto trasero tonto trasero tonto trasero tonto y en la mesa los padres de Gus estaban ahora sosteniéndose las manos, lo que me hizo sentir mejor.
—Isaac me dijo que Gus estaba escribiendo algo, algo para mí —dije. Los niños aún seguían cantando la canción de trasero tonto.
—Podemos revisar su computador —dijo su madre.
—No estaba mucho en eso las últimas semanas —dije.
—Es cierto. Creo que ni siquiera lo habíamos subido. ¿Sigue en el sótano, Mark?
—Ni idea.
—Bueno —dije—, puedo… —hice un movimiento de cabeza hacia la puerta del sótano.
—No estamos listos —Su padre dijo—. Pero por supuesto, si, Hazel. Claro que puedes.
Caminé hacia abajo, pasé su cama deshecha, pasé las sillas de juego debajo de la TV. Su computador aún seguía encendido. Toqué el ratón para despertarlo y luego busqué por sus archivos editados más recientes. Nada en el último mes. Lo más reciente fue un documento de respuesta a El ojo más Azul de Toni Morrison.
Tal vez había escrito algo a mano. Me acerqué a las estanterías, buscando algún diario. Nada. Pase a través de su copia de Una Aflicción Imperial. No había dejado ni una sola marca en ella. Caminé hacia la mesa al lado de la cama. Infinite Mayhem, la novena secuela de El precio del Amanecer, descansando encima de la mesa al lado de la lámpara de lectura, la esquina de la página 138 doblada hacia abajo. Nunca llegó al final del libro.
—Alerta de Spoiler: Mayhem sobrevive —le dije en voz alta a él, solo en caso de que pudiera escucharme. Y luego me metí en la deshecha cama, envolviéndome en su colcha como un capullo, rindiéndome ante su olor. Me saqué mi cánula para así respirar mejor, inhalándolo y exhalándolo, la esencia desvaneciéndose incluso mientras estaba allí recostada, mi pecho quemando hasta que no pude distinguir entre los dolores. Me senté en la cama luego de un rato y reinserté mi cánula y respiré por un rato antes de subir. Sólo negué con la cabeza en respuesta a la mirada expectante de sus padres. Los niños pasaron corriendo. Una de las hermanas de Gus, no podía distinguirlas,
dijo—: Mamá, ¿quieres que los saque al parque o algo?
—No, no, ellos están bien.
—¿Hay algún lugar donde tal vez pudo haber puesto un cuaderno? ¿Cómo en su cama de hospital o algo?
—La cama se había ido, reclamada por el hospicio.
—Hazel —dijo su padre—, estuviste todos los días con nosotros. Tú… él no estaba sólo mucho tiempo, cariño. No hubiera tenido tiempo de escribir algo. Sé que quieres… quiero eso, también. Pero los mensajes que nos dejó ahora están llegando desde arriba, Hazel. —Apuntó hacia el techo, como si Gus estuviera flotando encima de la casa. Tal vez lo estaba haciendo. No lo sabía. Sin embargo, no sentía su presencia.
—Sí —dije. Prometí visitarlos de nuevo en un par de días. Nunca llegué a atrapar su esencia de nuevo.

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