lunes, 8 de septiembre de 2014

Bajo la misma estrella: Capitulo 18


                                    CAPITULO 18


Desperté con el sonido de mi teléfono tocando una canción de The Hectic Glow. La favorita de Gus. Eso significaba que él estaba llamando… o que alguien más estaba llamando desde su móvil. Miré mi reloj alarma: 2:35 AM. Se ha ido, pensé mientras todo en mi interior colapsaba en un sólo movimiento. Apenas pude graznar un:
—¿Hola?
Esperé por el sonido de l...a voz de unos padres aniquilados.
—Hazel Grace —dijo débilmente Augustus.
—Oh, gracias a Dios que eres tú. Hola. Hola, te amo.
—Hazel Grace, estoy en la estación de servicio. Algo va mal. Tienes que ayudarme.
—¿Qué? ¿Dónde estás?
—En la carretera entre la ochenta y seis y Ditch. Hice algo mal con el tubo-G y no puedo arreglarlo y…
—Llamaré al novecientos once. —No, no, no, no, no, no, ellos me llevarán al hospital. Hazel escúchame. No llames al novecientos once ni a mis padres o nunca te perdonaré, por favor sólo ven, por favor, sólo ven y arregla mi condenado tubo-G. Yo sólo, Dios, esta es la cosa más estúpida. No quiero que mis padres sepan que no estoy. Por favor. Tengo la medicina conmigo; simplemente no consigo administrarla. Por favor —Él estaba llorando. Nunca lo había oído sollozar de esta forma excepto afuera de su casa antes de Ámsterdam.
—Muy bien —dije—. Voy saliendo ahora.

Apagué el BiPAP y me conecté a un tanque de oxígeno, puse el tanque en mi carrito, y me coloqué un par de zapatillas deportivas para que combinaran con mi pantalón de pijama de algodón rosa y una camiseta de baloncesto de Butler, que originalmente había sido de Gus. Agarré las llaves del cajón de la cocina donde mamá las guardaba y escribí una nota en caso de que despertaran mientras estuviera fuera. Fui a ver a Gus. Es importante. Lo siento. Con amor, H.
Mientras conducía el par de millas hasta la estación de servicio, desperté lo suficiente para preguntarme por qué Gus habría dejado la casa en medio de la noche. Tal vez había estado alucinando, o sus fantasías de martirio lo habían sobrepasado. Aceleré en Ditch Road, pasándome unas luces amarillas parpadeantes, yendo demasiado rápido en parte para alcanzarlo y en parte esperando que un policía me detuviera y me diera una excusa para decirle que mi novio agonizante estaba atrapado fuera de una estación de servicio con un tubo-G que no funcionaba. Pero ningún policía apareció para tomar la decisión por mí. Había sólo dos autos en el estacionamiento. Me detuve junto al suyo. Abrí la puerta. Las luces del interior se encendieron. Augustus estaba sentado en el asiento del conductor, cubierto en su propio vómito, sus manos presionadas contra su estómago donde se inserta el tubo-G.
—Hola —murmuró.
—Oh, Dios, Augustus, tenemos que llevarte a un hospital.
—Por favor, sólo revísalo —Se me revolvió el estómago por el olor pero me incliné hacia adelante para inspeccionar el lugar sobre su ombligo donde habían instalado el tubo quirúrgicamente. La piel de su abdomen estaba caliente y de un color rojo brillante.

—Gus, creo que algo está infectado. No puedo arreglar esto. ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué no estás en casa? —Vomitó, ni siquiera tuvo la energía de mover su boca lejos de su regazo—. Oh, cariño —dije.
—Quería comprar un paquete de cigarrillos —murmuró—. Perdí mi paquete. O me lo quitaron. No lo sé. Dijeron que me conseguirían otro,... pero quería… hacerlo yo mismo. Hacer una pequeña cosa por mí mismo.
Estaba mirando directo al frente. En silencio, saqué mi móvil y bajé la mirada para marcar el 911.
—Lo siento —le dije.
Novecientos once, ¿cuál es su emergencia?
—. Hola, estoy en la carretera entre el ochenta y seis y Ditch, y necesito una ambulancia. El gran amor de mi vida tiene un tubo-G que no está funcionando.
Me miró. Era horrible. Difícilmente podía mirarlo. El Augustus Waters de las sonrisas torcidas y los cigarrillos sin fumar se había ido, remplazado por esta desesperada y humillada criatura sentada debajo de mí.
—Esto es todo. Ya ni siquiera puedo fumar.
—Gus, te amo. —¿Dónde está mi oportunidad de ser el Peter Van Houten de alguien? —Golpeó el volante débilmente, la bocina sonando mientras él lloraba. Reclinó su cabeza hacia atrás, mirando hacia arriba—. Me odio, me odio, odio esto, odio esto, me doy asco, lo odio, lo odio, lo odio, mierda, sólo déjenme morir.
De acuerdo con las convenciones del género, Augustus Waters mantenía su sentido del humor hasta el final, no vacilaba ni por un momento en su coraje, y su espíritu se elevaba como un águila indomable hasta que el mundo mismo no podía contener su alma alegre. Pero esta era la verdad, un chico en estado lamentable que quería desesperadamente no inspirar lástima, gritando y llorando, envenenado por un tubo-G que lo mantenía con vida, pero no lo suficientemente vivo.
Limpié su barbilla, agarré su cara en mis manos y me arrodillé cerca de él para poder ver sus ojos, que todavía vivían.
—Lo siento. Desearía que esto fuera como esa película, con los persas y los espartanos.
—Yo también —dijo él.
—Pero no lo es —dije.
—Lo sé —dice.
—No hay hombres malos.
—Sí.
—En realidad, ni siquiera el cáncer es un hombre malo: El cáncer sólo quiere estar vivo.
—Sí.
—Estás bien —le dije. Podía escuchar las sirenas.
—Bien —dijo. Estaba perdiendo la consciencia.
—Gus, tienes que prometerme no intentar esto de nuevo. Te conseguiré cigarrillos, ¿está bien? —Me miró. Sus ojos se hundían en sus órbitas—. Tienes que prometerlo.
Él asintió un poco y luego sus ojos se cerraron, su cabeza girando sobre su cuello.
—Gus —dije—. Quédate conmigo. —
Léeme algo —dijo él mientras que la condenada ambulancia pasaba rugiendo junto a nosotros y pasándonos de largo. Así que mientras esperaba que ellos se dieran la vuelta y nos encontraran, recité el único poema que pude obligarme a recordar, “La Carretilla Roja ” de William Carlos Williams.
Tanto de pende
De una
Carretilla
Roja
Bruñida por el agua
De la lluvia
Junto a los blancos
Polluelos.

Williams era un médico. A mí me parecía el poema de un médico. El poema se había acabado, pero la ambulancia todavía se alejada de nosotros, así que seguí escribiéndolo. Y tanto depende, le dije a Augustus, de un cielo azul recortado por las altas ramas de los árboles. Tanto depende de un tubo-G transparente que emerge desde el intestino de un chico de labios azules. Tanto depende de este observador del universo. Medio consciente, me mira y murmura—: Y dices que no escribes poesía.

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