martes, 29 de julio de 2014

Bajo la misma estrella: Capitulo 7



                                   CAPITULO 7



Grité para despertar a mis padres, que irrumpieron en mi habitación, pero no había nada que pudieran hacer para disminuir la supernova que estaba explotando dentro de mi cerebro, una cadena interminable de petardos intracraneales que me hicieron pensar que me estaba yendo de una vez por todas, y me dije, como me había dicho antes, que elcuerpo se apaga cuando el dolor empeora demasiado, que la consciencia es temporal, que esto pasaría. Pero al igual que siempre, no me deslicé lejos. Me quedé en la orilla con las olas pasando sobre mí, incapaces de ahogarme. Papá manejó, hablando por teléfono con el hospital, mientras yo yacía en la parte de atrás con mi cabeza en el regazo de mamá. No había nada que pudiera hacer: los gritos lo empeoraban. Cualquier estímulo lo empeoraba, en realidad. La única solución era intentar deshacer el mundo, volverlo oscuro, silencioso y deshabitado de nuevo, regresar al momento antes del Big Bang, al principio, cuando estaba el verbo, y vivir en ese espacio vacío y sin creación, sola con la palabra. La gente hablaba de la valentía de los pacientes con cáncer, y yo no negaba esa valentía. Había sido pinchada, abierta con un bisturí, y envenenada durante años, y todavía continuaba aquí. Pero no se equivoquen: en ese momento, hubiera estado muy, muy feliz de morir. Desperté en la UCI. Podía decir que estaba en la UCI porque no tenía mi propia habitación y porque había demasiados pitidos y porque estaba sola: ellos no permiten que tu familia se quede contigo 24/7 en la UCI de Hospital Infantil porque es un riesgo de infección. Había lamentos en el pasillo. El hijo de alguien había muerto. Estaba sola. Apreté el botón rojo de llamada. Una enfermera entró un momento después.
—Hola —dije.
—Hola, Hazel. Soy Alison, tu enfermera —dijo.
—Hola, Alison, mi enfermera —dije. Luego de lo cual comencé a sentirme muy cansada otra vez. Pero desperté un poco cuando mis padres entraron, llorando y besando mi rostro repetidas veces, y extendí mi mano para ellos e intenté apretar, pero todo en mí dolía cuando apretaba, y mamá y papá me dijeron que no tenía un tumor cerebral, sino que mi dolor de cabeza había sido causado por la falta de oxigenación, lo que sucedió porque mis pulmones estaban nadando en fluido, del cual ¡¡¡¡un litro y medio!!!! Había sido drenado de mi pecho, motivo por el cual sentía una ligera molestia en mi costado, donde había, ¡he y, mira eso!, un tubo que iba de mi pecho a una vejiga plástica medio llena de un líquido que misteriosamente se parecía a la cerveza ámbar favorita de papá. Mamá me dijo que me iría a casa, realmente lo haría, que simplemente tendría que hacer que me drenaran esto de vez en cuando y tendría que volver a usar el BiPAP20, esta máquina que durante la noche forzaba el aire dentro y fuera de mis pulmones de mierda. Pero había tenido un PET de cuerpo completo durante la primera noche en el hospital, me dijeron, y las noticias eran buenas: no había crecimiento del tumor. No había nuevos tumores. El dolor en mi hombro había sido provocado por la falta-de-oxígeno. El dolor por mi corazón-trabajando-demasiado-duro.
—La Dra. María dijo esta mañana que se mantiene optimista —dijo papá. Me gustaba la Dra. María, no te mentía, por lo que se sentía como algo bueno de oír.
—Esta es solo una cosa, Hazel —dijo mi mamá—. Es una cosa con la que podemos vivir.
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20 BiPAP: Es una máquina de ventilación asistida no invasiva.
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Asentí, y luego Alison, mi enfermera educadamente les hizo salir. Me preguntó si quería algunos trocitos de hielo y asentí, por lo que se sentó en la cama conmigo y los puso con una cuchara en mi boca.
—Entonces, has estado fuera un par de días —dijo Alison—. Hmmm, lo que te has perdido… una celebridad se drogaba. Políticos en desacuerdo. Otra celebridad usó un bikini que mostraba una imperfección corporal. Un equipo ganó un evento deportivo, pero otro equipo perdió. —Sonreí—. No puedes irte y desaparecer de todo de esta forma, Hazel. Te pierdes demasiado.
—¿Más? —pedí, asintiendo hacia el vaso blanco de polietileno en su mano.
—No debería —dijo ella—, pero soy una rebelde. Me dio otra cucharada llena de trocitos de hielo. Murmuré un “gracias”. Alabemos a Dios por las buenas enfermeras. —¿Te estás cansando? —preguntó. Asentí—. Duerme por un rato —dijo. Intentaré crear alguna interferencia y darte un par de horas antes de que alguien venga a revisar los signos vitales y cosas así —dije gracias otra vez. En el hospital dices gracias un montón. Intenté acomodarme en la cama—. ¿No vas a preguntar por tu novio? —preguntó.
—No tengo uno —le dije.
—Bueno, hay que chico que apenas ha dejado la sala de espera desde que ingresaste —dijo.
—No me ha visto de así, ¿verdad?
—No. Sólo la familia. Asentí y me hundí en un sueño acuoso. Me tomaría seis días volver a casa, seis no-días mirando la acústica losa del techo, ver televisión, dormir, tener dolor y desear que el tiempo pasara. No vi a Augustus ni a nadie más que a mis padres. Mi cabello parecía el nido de un ave; mi andar, arrastrando los pies me hacía parecer un paciente demencial. Sin embargo, me sentía un poquito mejor cada día: cada sueño terminaba para revelar a una persona que se parecía un poco más a mí. Dormir combate el cáncer, el habitual Dr. Jim dijo por milésima vez mientras se cernía sobre mí un mañana, rodeado por un círculo de estudiantes de medicina.
—Entonces soy una máquina de pelea contra el cáncer —le dije.
—Eso eres, Hazel. Sigue descansando, y probablemente estarás en casa pronto. El martes, me dijeron que me iría a casa el miércoles. El miércoles, dos estudiantes de medicina mínimamente supervisados removieron el tubo de drenaje de mi pecho, lo que se sintió como ser apuñalada a la inversa y en general no salió demasiado bien, así que decidieron que tendría que quedarme hasta el jueves. Estaba comenzando a pensar que era el objeto de algún experimento existencialista en un permanente estado de negación de la gratificación cuando la Dra. María apareció la mañana del viernes, se movió a mi alrededor por un minuto, y me dijo que estaba bien para irme. Así que mamá abrió su bolso de tamaño excesivo para revelar que había tenido mi ropa para ir a casa con ella todo el tiempo. Una enfermera vino y sacó mi vía intravenosa. Me sentí libre de ataduras aunque todavía tenía que llevar mi tanque de oxígeno a todos lados conmigo. Fui al baño, tomé mi primera ducha en una semana, me vestí, y cuando salí, estaba tan cansada que tuve que recostarme y recuperar el aliento. Mamá preguntó:
—¿Quieres ver a Augustus?
—Supongo —dije, después de un minuto. Me puse de pie y arrastré mis pies hasta una de las sillas de plástico que estaba contra la pared, metiendo mi tanque bajo la silla. Eso me agotó. Papá regresó con Augustus un par de minutos más tarde. Su cabello estaba desordenado, derramándose sobre su frente.

Se iluminó con una verdadera sonrisa tonta de Augustus Waters cuando me vio, y no pude evitar sonreírle en respuesta. Se sentó en la silla reclinable de cuero de imitación azul junto a mi silla. Se inclinó hacia mí, pareciendo incapaz de reprimir la sonrisa. Mamá y papá nos dejaron solos, lo que se sintió incómodo. Me esforcé por mirarlo a los ojos, aunque eran la clase de ojos bonitos que son difíciles de mirar.
—Te extrañé —dijo Augustus. Mi voz salió más baja de lo que quería.
—Gracias por no intentar verme cuando me veía como el infierno.
—Para ser justo, todavía te ves bastante mal. Me reí.
—Te extrañé, también. Simplemente no quería que vieras… todo esto. Solo quiero que, al igual que… no importa. No siempre obtienes lo que quieres.
—¿Es así? —preguntó—. Siempre pensé que el mundo era una fábrica que concede deseos. —
Resulta que ese no es el caso —dije. Era tan hermoso. Intentó tomar mi mano pero sacudí mi cabeza—. No —dije en voz baja—. Si vamos a pasar tiempo juntos, tiene que ser, como, no de esa forma.
—Bien —dijo—. Bien, tengo buenas y malas noticias sobre el frente concede deseos.
—¿Bien? —dije. —La mala noticia es que obviamente no podemos ir a Ámsterdam hasta que estés mejor. Los genios, sin embargo, pondrán en marcha su famosa magia cuando estés lo suficientemente bien.
—¿Esas son las buenas noticias?
—No, la buena noticia es que mientras estabas dormida, Peter Van Houten compartió un poco más de su brillante cerebro con nosotros.
Extendió su mano hacia la mía otra vez, pero esta vez para deslizar en ella una hoja de carta doblada en gran medida, con el membrete de Peter Van Houten, No ve lista Emé rito . No la leí hasta que llegué a casa, situada en mi propia cama enorme y vacía, sin ninguna posibilidad de interrupción médica. Me tomó una eternidad descifrar la caligrafía inclinada y desgarbada de Van Houten. Querido Sr. Waters, Estoy en posesión de su correo electrónico fechado 14 de abril y debidamente impresionado por la shakesperiana complejidad de su tragedia. Todos en esta historia tienen una hamartia sólida como una roca: ella, que está tan enferma; tú, que estás tan bien. Si estuviera ella mejor o tú más enfermo, entonces las estrellas no estarían tan terriblemente cruzadas, pero es la naturaleza de las estrellas el cruzarse, y nunca estuvo más equivocado Shakespeare que cuando escribió la nota de Cassius: “La culpa, querido Brutus, no está en nuestras estrellas/ sino en nosotros mismos.” Es lo bastante fácil de decir cuando eres un noble romano, ¡o Shakespeare!, pero no hay escases de culpa a ser encontrada en medio de nuestras estrellas. Mientras que estamos en el tema de las insuficiencias del viejo Will, su escritura acerca de la joven Hazel me recuerda al quincuagésimo quinto soneto del Bardo, que por supuesto comienza: “Ni el mármol, ni los áureos monumentos / de los príncipes, durarán con la fuerza de esta rima; / Y en ella tu esplendor tendrá más brillo / Que en la losa, que mancha el tiempo impuro. Fuera del tema, pero: Qué zorra es el avance del tiempo. Jode a todo el mundo. Es un bello poema, pero uno engañoso: realmente recordamos la poderosa rima de Shakespeare, ¿pero qué recordamos sobre la persona a la que conmemora? Nada. Estamos bastante seguros de que era un hombre; todo lo demás son conjeturas. Shakespeare nos dijo muy poco del hombre al que sepultaron en su sarcófago lingüístico. Hay que recordar también que cuando hablamos de literatura, lo hacemos en tiempo presente. Cuando hablamos de los muertos, no somos tan amables. No inmortalizas a los que se han ido escribiendo sobre ellos. El lenguaje entierra, pero no resucita. Una revelación: no soy el primero en hacer esta observación. Consultar el poema de MacLeish “Ni el Mármol, ni los Áureos Monumentos”, que contiene la heroica línea: “Debo decir que morirás y nadie te recordará.” Estoy divagando, pero aquí está el problema: los muertos son visibles sólo en el terrible ojo sin párpado de la memoria. Los vivos, gracias al cielo, conservan la capacidad de sorprender y decepcionar. Tu Hazel está viva, Waters, y no debes imponer tu voluntad sobre la decisión de otro, particularmente de una decisión nacida de la reflexión. Ella desea evitarte el dolor, y deberías dejarla. Puede que no encuentres la lógica de Hazel persuasiva, pero he vagado por este valle de lágrimas durante más tiempo que tú, y desde donde estoy sentado, ella no es la lunática. Atentamente, Peter Van Houten. Realmente estaba escrita por él. Lamí mi dedo, lo pasé sobre el papel y la tinta se corrió un poco, así que supe que era muy real. —Mamá —dije. No lo dije fuerte, pero no tenía que hacerlo. Ella siempre estaba esperando. Asomó su cabeza por la puerta. —¿Llamaste, cariño? —¿Podemos llamar a la Dra. María y preguntarle si un viaje internacional me mataría?


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